Ustedes son la luz del mundo

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO

Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.”

Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡feliz domingo! Que la alegría y la paz de Jesús resucitado para nuestra salvación, estén ahora y siempre con todos nosotros; y que la Virgen María nos lleve de la mano hacia el Cielo. ¡Amén!

Hoy, estamos celebrando el cuarto domingo del Tiempo Ordinario, un tiempo en el que podemos contemplar a Jesús en su predicación y en sus obras. A lo largo de este tiempo, iniciado ya hace un mes, Jesús nos va mostrando su rostro humano y divino, y nos fortalece con su palabra y su pan eucarístico.

Nuestro principal aliado en estos domingos será San Mateo, quien además de evangelista fue también Apóstol de Jesús. Él se encontró con el Señor mientras cobraba los impuestos al pueblo de Israel, y ante la invitación al seguimiento, Mateo abandonó la mesa de pagos y se hizo fiel amigo de Jesús. Este pasaje que la Iglesia propone hoy para la Liturgia, forma parte de lo que los biblistas han denominado “el Sermón de la Montaña”, que se extiende a lo largo de los capítulo cinco, seis y siete del Evangelio según San Mateo. Quizá la parte más conocida de estos fragmentos sea las “bienaventuranzas”, un discurso con el que Jesús inicia su predicación pública.

Sal de la tierra

Algunos autores antiguos dicen que Jesús se sentó sobre una piedra ubicada en la cima del monte de las bienaventuranzas. Era la nueva “cátedra”, donde Jesús iba a predicar la perfección de la ley. Ya nada era mero cumplimiento, sino verdadera disposición del corazón. Seguir a Jesús era (y todavía lo es) un verdadero compromiso de amor, incluso hasta entregar la vida a ejemplo suyo.

Jesús, luego de enumerar las bienaventuranzas, nos dice: “ustedes son la sal de la tierra…” Curiosa comparación, que ha tenido muchas explicaciones a lo largo de los siglos.

Cuando las heladeras eran una cosa inimaginable, la carne y el cuero de los animales faenados eran conservados mediante un baño de sal: ella absorbe la humedad e impide que los productos sufran daños o se pudran para siempre.

Incluso, cuando hay algún tipo de llaga en la boca, o cuando se nos ha salido un diente o una muela, algunos nos mandan a hacer buches de agua con sal, porque la sal seca la herida y ayuda a que se cicatrice. Cuando a las papas fritas les falta sal, renegamos. Tengo un amigo al que le decimos “sal gruesa”… porque no falta nunca en ningún asado.

La sal es cosa excelente, y tan útil para conservar, para sanar, para resaltar el gusto de las cosas. Por eso, no es casual que Jesús haya utilizado esta comparación para sus discípulos. Ellos, como dice San Jerónimo, condimentan el género humano.

Cuando un cristiano elige vivir su bautismo, llevando una vida cristiana lo más coherente posible, le da otro sabor a todos sus ambientes. Creo que conocemos muchos casos de gente que ya está identificada como “la católica” del barrio. Pues bien, ¡gracias a Dios! Porque a esas personas recurren en busca de información sobre catequesis, le piden oración, le consultan por un consejo, la llaman para un responso o un rosario…

Pienso también en muchos cristianos católicos totalmente anónimos, que con la oración y el trabajo santifican el mundo; y gracias a su esfuerzo ofrecido, nosotros también recibimos la gracia de Dios.

Todos nosotros deberíamos cultivar la virtud de la sal de mesa. San Jose María Escrivá nos decía que no hay que empeñarnos en ser sal de todos los platos (es decir, no hay que ser metidos), sino procurar la virtud de la sal: cuando está presente, pasa desapercibida. Pero cuando está ausente, se nota mucho. Que cada vez que nos hagamos presentes, procuremos también hacer presente al Señor con nuestras acciones, nuestra solidaridad, nuestra sonrisa, nuestra cercanía… y no tengamos miedo de darlo a conocer a nuestros hermanos, dándoles un consejo, rezando por ellos o, mejor, junto a ellos.

Luz del mundo

La semana pasada, hemos celebrado la Presentación del Señor, una fiesta que hace memorial de un antiguo ritual judío, en el que los padres debían presentar a su primer hijo varón en el Templo de Jerusalén. María y José llevaron al Niño Jesús y fueron interceptados por un anciano profeta llamado Simón. Él, lleno del Espíritu Santo, tomó al pequeño Jesús en sus brazos y dijo estas hermosas palabras: Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos. Luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. (Lc 2,29-32)

Jesús es reconocido como la luz del mundo con tan sólo cuarenta días de vida. Simeón veía en Él que se iba a cumplir lo que el Salmo 119 decía: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero…” Jesús, la Palabra hecha carne, también se hace luz para nosotros, para iluminar nuestra existencia, para mostrarnos el camino, para llenarnos de paz y de consuelo en nuestros momentos de tinieblas… para guiarnos hacia la vida eterna. Él mismo dirá de sí en el Evangelio según San Juan (8,12): “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida.”

Además, Zacarías dice en su cántico que “por la misericordia de Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. (Lc 1,78) Jesús es ese sol que ilumina a todos los pueblos. Nosotros, sus discípulos, somos como la luna: no brillamos por cuenta propia, sino que reflejamos una luz mucho mayor. Por eso, debemos procurar siempre iluminar con nuestro ejemplo de vida, incluso convirtiendo nuestros errores en motivo de enmienda, de humildad, de esperanza de un futuro mejor. El único Evangelio que muchos leerán en su vida, posiblemente sea nuestra vida cristiana.

Invitación

La invitación para esta semana es tomar conciencia de este llamado hermoso que tenemos todos a vivir la vida cristiana siendo sal y luz. Procuremos condimentar uno o dos momentos de nuestra vida cotidiana con la oración y la alegría de ser discípulos de Cristo. Tengamos mayor contacto con la Palabra de Dios, abramos la Biblia y leamos algún pasaje del Evangelio durante estos días, para que el Señor nos ilumine el corazón y pueda hacer de nosotros una lámpara para muchos hermanos que todavía no conocer la luz del Jesús.

Por último, no quiero dejar de recordar al Padre Gilbert Koffi, sacerdote de Cristo, que ha fallecido el viernes por la noche. Hagamos juntos una oración por su eterno descanso, y démosle gracias a Dios por habernos regalado un instrumento de su paz, un médico de almas, un verdadero padre y pastor.

Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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