Yo soy el pan vivo bajado del cielo

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Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO

Viernes III de Pascua

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (6,51-59)

Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».

Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».

Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.

Palabra del Señor 

Introducción

Hermanos y hermanas: ¡feliz comienzo de mes! Hoy, elevemos una oración a San José Obrero por todos aquellos trabajadores que hoy celebran su día; y pidámosle de manera especial por quienes trabajan durante esta cuarentena. De igual manera, tengamos presente a nuestros hermanos desempleados: que pronto alcancen la gracia de un trabajo remunerado y estable. ¡Amén!

Continuamos con la catequesis sobre el Pan de Vida, que se reparte en la mesa de la Palabra y en la de la Eucaristía: Jesús que nos habla y que se nos entrega bajo la apariencia de pan.

La Santa Misa

Cuando los cristianos participamos en la celebración de la Santa Misa, estamos yendo a la casa del Padre a recibir el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía. Usualmente, tendemos a comprender la Misa sólo como el momento especial en el que el sacerdote consagra la hostia y el vino para convertirlos en Cuerpo y Sangre de Cristo. Pero la Misa es toda la acción litúrgica, y tiene dos partes: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Entre ellas existe una relación indisoluble, de manera que no es correcto solamente asistir a una sola de las partes si queremos participar de la Misa completa.

Liturgia de la Palabra

En esta primera parte, se proclaman las lecturas, el salmo y el Evangelio. Luego, el sacerdote hace una homilía, un diálogo con el pueblo, con el que indica cómo la Palabra de Dios habla a la comunidad concreta. Por eso, es importante siempre que el sacerdote tenga las palabras justas y discernidas, y que el pueblo tenga la predisposición para escucharlo atentamente.

Luego de la Homilía, los domingos se debe rezar o cantar el Credo, que es la síntesis de nuestra fe cristiana católica. Hay una razón especial: luego de haber escuchado la Palabra de Dios, nuestra respuesta es una respuesta de fe, lo que nos recuerda a nuestro bautismo. Al final, hacemos la oración de los fieles, que es un momento muy participativo: un lector designado eleva las plegarias, y nosotros nos unimos a ellas con la repetición de una antífona.

En fin, toda esta primera parte de la Misa es un auténtico y hermoso diálogo entre Dios y su Pueblo.

Liturgia de la Eucaristía

La segunda parte de la Misa, llamada Liturgia de la Eucaristía, es la que da lugar a la consagración de la hostia y el vino. Pero hay muchos otros elementos que tienen un significado muy profundo.

La Liturgia de la Eucaristía comienza con el ofertorio: usualmente vemos que unos monaguillos llevan de una mesa especial, llamada credencia, los diversos elementos litúrgicos hasta el altar. Los sábados y domingos vemos que un grupo de hermanos lleva las ofrendas desde el pueblo hasta las manos del sacerdote. En ambos casos, tenemos nuestra oportunidad para ofrecer a Dios todos nuestros trabajos, esfuerzos, momentos de gratuidad, alegrías, esperanzas, tristezas, gozos; familia, amigos… ¡nosotros mismos!

En seguida, nos ponemos de pie para participar de la gran oración que eleva todo el pueblo de sacerdotes, la asamblea santa que somos por nuestro bautismo. Y decimos: Tenemos nuestro corazón levantado hacia el Señor. Entonamos con alegría el Santo, y nos ponemos de rodillas para contemplar el misterio de la fe. El sacerdote, que tiene el poder de hacer lo mismo que Jesús hizo en la última cena con la repetición de las palabras y de las acciones, dice: “Esto es mi cuerpo”, mientras sostiene la Hostia; y “Esto es mi sangre”, mientras sostiene el cáliz lleno de vino. La transustanciación ha tenido lugar: ya no hay pan ni vino, sino Cuerpo y Sangre de Cristo, el Pan que Él mismo nos ha dado para la vida del mundo.

A nuestra proclamación, sigue una oración que preside el sacerdote, pero que no la hace solo él: con nuestra escucha atenta, y sobre todo con el amén final, confirmamos que creemos firmemente en que Dios está ahí presente, que escucha nuestras plegarias, que bendice a su Iglesia y al mundo entero, y que estamos dando gracias a Dios Padre por medio del Hijo y en el Espíritu Santo.

Luego, viene el Padrenuestro: todos juntos elevamos como un solo pueblo, como un solo Cristo, la oración que nos une como hermanos. A continuación, nos damos la paz, como signo de comunión fraterna; y mientras el sacerdote parte la Hostia Santa, cantamos el Cordero de Dios. Hay una razón especial: Jesús es el nuevo cordero pascual, que se entrega a la muerte para redimirnos de nuestros pecados. Por eso, se canta mientras se parte el Pan, para significar la muerte de Jesús por todos nosotros.

Finalmente, llega el momento de comulgar: avanzamos a recibir la Vida Eterna, la unión con Jesús. Es el momento más sublime, en el que Jesús abandona el sagrario dorado y los honrosos y relucientes vasos sagrados, para entrar en un lugar mucho más amado por Él: nosotros mismos. Por eso, es un momento de mucha alegría, de mucha unidad, pues compartimos el mismo alimento de vida con los hermanos. Jesús nos hace como Él, nos llena de su presencia, nos purifica y nos llena de fe, esperanza y caridad al recibirlo sacramentalmente.

Comunión espiritual

En estos días de cuarentena, no podemos asistir a la Misa. Sin embargo, muchas páginas, seminarios, institutos religiosos, parroquias, capillas, sacerdotes y obispos están celebrando la Misa para transmitirla on-line. Es importante que participemos de ellas, aunque no sea lo mismo. Pero siempre que podamos, hagamos esta oración: al comenzar el día, al llegar la noche, al participar virtualmente de una adoración o misa, o si pasamos cerca de una iglesia:

Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas, y deseo ardientemente recibirte. Ya que no puedo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.

¡Mañana finalizamos!

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