La historia del «chico bien» que se convirtió en el primer asesino serial de Uruguay

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Pablo José Goncálvez Gallerreta nació en Bilbao, España, el 6 de marzo de 1970 durante el periodo en que su padre, Hamlet Goncálvez, cumplía funciones diplomáticas representando a Uruguay en ese país. Nueve años más tarde, la familia regresó a Carrasco, el barrio de Montevideo del que el matrimonio era oriundo.

Su niñez y adolescencia se desarrollaron sin complicaciones ni sobresaltos, con aparente normalidad hasta la madrugada del 1 de enero de 1992. Ese día, Pablo decidió cambiar esa «monotonía» y liberó sus más bajos y oscuros instintos.

La primera víctima (aunque su crimen fue el último en resolverse) fue Ana Luisa Miller Sichero, hermana de Patricia -la reconocida tenista-; la joven tenía 26 años, era docente, licenciada en Historia y estaba de novia con el ingeniero Hugo Sapelli, tres años mayor que ella. La pareja decidió recibir el año 1992 en un restaurante de Montevideo y luego de brindar -cerca de la 1:00 de aquel 1 de enero- fueron a bailar al Club Old Christian´s. Al amanecer, los jóvenes -según el relato del novio- se retiraron del boliche y pasaron juntos los primeros minutos de sol en la finca de la familia Sapelli. El novio contó luego que Ana Luisa lo llevó hasta su casa, a la que arribaron cerca de las 7:40 y que se despidieron cerca de las 8 de aquella mañana. Ella regresó manejando a su domicilio.

Pero Ana Luisa jamás llegó a su casa. Pocas horas después de despedirse de Sapelli su auto fue encontrado cerca del Lawn Tenis del Parque Carrasco. Por la tarde, apareció sin vida a pocos metros de la Prefectura del balneario Lomas de Solymar, entre las dunas. Su cuerpo estaba sobre la arena, la postura y el lugar donde fue hallado indicaban que había sido arrojado desde la altura y que el asesino apenas lo acomodó. No quiso enterrarlo, mostrando, de ese modo, orgullo por su «hazaña». Todas las sospechas recayeron en el joven ingeniero, el último en verla con vida, aparentemente. Nadie sospechó del hijo del diplomático.

En julio, falleció el padre de Goncálvez y, a los pocos meses, él buscó a una nueva victima. Andrea Castro (16) fue asesinada el 20 de septiembre de 1992. La adolescente se encontró con Goncálvez en un local bailable de Carrasco. Apenas se conocían, pero hablaron unos minutos y ella aceptó ir con él a dar unas vueltas en el auto del muchacho de lentes. Pasaron tres semanas de esa noche antes de que la Policía encontrara su cuerpo en la arena de la Playa Mansa, Punta del Este. La autopsia reveló que había muerto por asfixia. Tiempo después se supo que el arma asesina había sido una corbata blanca y verde de su padre.

Su tercera víctima fue María Victoria Williams. La mañana del 8 de febrero de 1993, la joven esperaba el ómnibus en la esquina de su casa cuando Goncálvez -su vecino-, fingiendo que su abuela estaba sufriendo un infarto la hizo entrar a la vivienda. Le dijo que la mujer estaba en el piso de arriba y le pidió que llamase a emergencias. Fingió subir las escaleras y cuando la joven estaba por hacer ese llamado la atacó de espaldas. Le puso un pañuelo con alcohol y éter en la nariz y le ató una bolsa de nylon en la cabeza. La familia de Victoria recibió en la tarde una llamada del trabajo de la muchacha preguntando por qué no había ido a trabajar.

El Observador

Si bien las crónicas policiales uruguayas no son claras sobre qué convirtió a Pablo Goncalvez en sospechoso, todas coinciden en que una corbata que quedó anudada en el cuello de Andrea Castro fue el elemento que encauzó la investigación. «El sepultado cuerpo de la adolescente lucía una corbata a franjas blancas y verdes anudada en su cuello. No resultó estrangulada por medio de esa prenda, sino que fue sofocada manualmente hasta serle quitada la vida. La colocación de la corbata entrañaba una ritualidad inherente a un crimen ejecutado por un homicida secuencial. Implicaba una ‘marca personal’ o ‘sello’ impreso sobre su presa humana. Pues bien, durante el allanamiento de la vivienda del sospechoso (…) se incautó una fotografía de niño de Pablo Goncalvez portando una corbata análoga (…) se ubicaron otras prendas de igual corte y similares colores (que) componían una colección expedida por una fábrica inglesa cerrada treinta años atrás y pertenecían al diplomático Hamlet Goncalvez, padre del indagado. Estas prendas se vendían en conjuntos de tres y faltaba una de ellas dentro del juego. Este dato apunta, con un grado de probabilidad casi absoluta, a que la corbata restante no podría ser otra sino la encontrada en torno al cuello de la infortunada víctima», escribió en un artículo sobre Goncalvez el abogado uruguayo, Gabriel Pombo.

Goncálvez fue capturado el 20 de febrero de 1993 en el Chuy, departamento de Rocha, cuando regresaba a Uruguay desde Porto Alegre. Días antes, habían encontrado pruebas de su participación en el crimen de María Victoria Williams, ocurrido el 8 de febrero de 1992. Una vez procesado por ese homicidio se lo procesó por el crimen de Ana Luisa Miller (el 1 de enero de 1992) y el de Andrea Castro Pena, meses después.

Al ser detenido confesó ser autor de dos muertes a través de igual modus operandi (asfixia) y en prisión rectificó su postura alegando haber confesado bajo tortura e interpuso una queja ante la Convención Latinoamericana de Derechos Humanos que fue desestimada. Ese organismo le dio la razón al Estado uruguayo que, al contestar la demanda, sostuvo que los procedimientos policiales y judiciales fueron totalmente regulares.

Pablo Goncalvez fue condenado a 30 años de prisión sin posibilidad de ser excarcelado, pero por buena conducta, estudiar y trabajar en la cárcel se le restaron 4 años de la pena. El 7 de julio de 2005 se casó en la Cárcel Central con Alejandra Prego, a quien conocía antes de su condena y tuvieron una hija.

Hasta el momento, le fue negada dos veces la libertad condicional. La justicia uruguaya asegura que si sale y mata no será en ese país. En 2019, Goncalvez cumplirá su condena.

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