En febrero del año pasado, con Gustavo Alfaro en el banco de suplentes, a Boca se le evaporaron las chances de ser campeón de la Superliga por la derrota, como local, ante Atlético Tucumán. Las matemáticas lo permitían, pero Racing terminó festejando como se preveía. El destino los volvió a juntar, prácticamente en el mismo contexto: a pocas fechas del final, en la Bombonera y corriendo de atrás al puntero, en este caso River. Aunque sufrió, el déjà vu no ocurrió: Boca se impuso 2-0, con goles de Franco Soldano y Ramón Ábila, de penal, alcanzó la línea de su clásico rival (36 unidades) y le mete presión.
«Para ser campeón, hoy hay que ganar», estalló la Bombonera pocos segundos antes de que comenzara el encuentro. Ese grito de guerra contagió a un equipo que salió a la cancha con las intenciones evidentes de ganar: otro resultado no servía. Desde el primer minuto se hizo dueño de la pelota, con un ítem indisimulable: la idea del conjunto de Ricardo Zielinski sería la misma que hace un año, esperar y achicar espacios para, luego, ver dónde estaba el talón de Aquiles del local.
Las idea tucumana de acudir a contragolpes no encontró frutos. Boca, generalmente, estuvo rápido ante esa estrategia, bien ubicado (especialmente sus centrocampistas, Campuzano y Pol Fernández) y sin la necesidad de cortar con falta. Con la posesión fue paciente, pero careció de profundidad. De hecho, en el gol xeneize hubo doble fortuna: a los 22 minutos, Franco Soldano trabó con fuerza en la salida del Decano, el rebote le cayó a un Salvio que, extrañamente, definió mal el mano a mano ante Lucchetti, que le dejó servido el gol al ex Unión: convirtió su segundo tanto en el torneo (el primero había sido ante Banfield).
Desde ahí, Boca tuvo desajustes defensivos. Toda la seguridad que había mostrado, la perdió a la media hora del partido. Y ahí fue donde el equipo tucumano encontró lo que buscaba: el punto débil de Boca fue el propio Boca, con infracciones absurdas en 3/4 de campo defensivo. La pelota parada fue el remedio para vivir en el encuentro, con frentazos de Melano y Heredia, acaso el que más chances tuvo en la visita: a los 7 y a los 30, dos cabezazos peligrosos (uno debajo del arco que erró de manera increíble); una volea de zurda que tapó bien Marcos Díaz, a los 31; un zurdazo, a los 17 minutos del complemento, desviado en una jugada que prometía gol.
Boca tuvo dos más en el cierre de la primera etapa a través de Toto: a los 32, Campuzano, la gran figura del encuentro, lo dejó mano a mano, eludió a Lucchetti pero le ahogaron el grito a centímetros de la línea; a los 38, tras un gran centro de Carlos Tevez, metió un cabezazo que encontró una de las tantas buenas intervenciones del Laucha. Y el segundo tiempo, el xeneize lo inició con una oportunidad clara: un zurdazo de Soldano que atajó bárbaro el ex arquero de Boca.
En el segundo tiempo, el público representó lo que se veía en la cancha: incertidumbre. Ya los gritos feroces no caían al campo, porque Boca se quedó mucho. Ni siquiera salió del entretiempo con la misma intención de manejar la pelota. Entonces, los de Zielinski se aproximaron con mayor peligro, aunque no terminaron de exigir demasiado a Díaz. Las modificaciones de Russo (Reynoso, Obando y Ábila), además, le dieron un cambio de aire en ofensiva y, así, entre Wanchope y Bebelo Reynoso armaron una contra en la última jugada que terminó en penal y gol del primero de ellos, tras una infracción del arquero..
Lo fundamental es que Boca ganó, la hinchada festejó y se mostró ilusionada. Porque es puntero y sueña con volver a ser la pesadilla de River.
La Nación