Cuando un reloj de cuenta regresiva al pie de la torre llegó a cero, hubo vítores y aplausos de los visitantes que hacían cola para entrar, una banda de música comenzó a tocar y la gente empezó a entrar en fila.
Los 350 trabajadores de la Dama de Hierro han pasado ocho meses en paro parcial (ERTE), un récord para la imponente estructura que antes de la crisis acogía anualmente a más de 7 millones de visitantes, un 75 % de ellos extranjeros, lo que la convierte en el monumento más visitado del mundo.
Desde que comenzó la reserva de entradas al público el 1 de junio, se vendieron unas 70.000 para julio y agosto, la mitad de ellas a franceses, un 15 % a estadounidenses y un tercio a europeos, con españoles e italianos a la cabeza.
Los británicos eran tradicionalmente los más numerosos entre los turistas extranjeros, pero ahora están ausentes a causa de unas reglas de viaje con las que en la práctica les resulta muy complicado hacer turismo en Francia.
A partir del 21 de julio, como todos los lugares públicos que acogen más de 50 personas, en Francia la Torre Eiffel exigirá a los visitantes mayores de 18 años la presentación de un certificado sanitario.
Para los que hayan sido vacunados, habrán tenido que pasar al menos dos semanas desde la segunda inyección o cuatro en el caso de la vacuna Janssen.
En caso de no estar vacunado, tener el certificado sanitario implica disponer de un test negativo de diagnóstico de la covid realizado en las 48 horas anteriores o una prueba de haber superado la enfermedad en los últimos seis meses.
La extensión del uso del certificado para actos de la vida cotidiana -incluido el acceso a museos o monumentos- la anunció el pasado lunes el presidente francés, Emmanuel Macron, para incitar a la población a vacunarse y frenar así el impacto de la cuarta ola que ya ha dado signos de despegar en Francia.
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