«Bienaventurados…»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO 

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (4,25 – 5,12)

En aquel tiempo, seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban a Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús
subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la
palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les
pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie
en toda forma a causa de mí.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa
en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.”

Palabra del Señor

Comentario

Las bienaventuranzas son un autorretrato del Señor: se describe a sí mismo como modelo de vida para todos los creyentes. Quien quiera conocer cómo era Jesús (y cómo es todavía), puede comenzar por aquí.

Él es el primer pobre de espíritu, pues en él no había soberbia ni bienes terrenales. Él es el primer humilde y manso de corazón. Él es el Niño que, nacido de la Virgen, lloró y fue consolado por las manos maternales de María; que lloró por Jerusalén y por la proximidad de su propia muerte; y fue consolado por el Ángel y resucitado por el Padre y el Eritu Santo. Él es el primero que buscó la justicia que les corresponde a Dios y a los hombres. Él es el gran misericordioso, que no vino al mundo a condenarlo, sino a que el mundo se salve por Él. También es totalmente limpio de corazón, y nos ama con el amor del Padre. Es el primero que trabajó por la paz, para que todos los pueblos formaran uno solo. Él es el primer gran perseguido por causa de la justicia, porque no aceptaron su invitación a dar a Dios lo que le corresponde…

Nosotros
San Agustín nos enseña que el llamado a imitarlo a Jesús con nuestra vida de bautizados comienza en las bienaventuranzas. Estamos llamados a ser pobres de espíritu, sin pretensiones que nos quieran poner en el lugar de Dios. Así, nuestra mansedumbre al escuchar la Palabra de Dios y a no juzgarla, sino a vivirla y comprenderla, nos ayudará a llorar nuestros pecados y nuestros desprendimientos, para poder abrazar la vida de gracia. El consuelo de Dios nos dará fortaleza, y nos abrirá el camino de la justicia, para ofrecerle a Dios una vida santa.

Y así, al comprender nuestros propios errores, seremos misericordiosos con los hermanos, y aprenderemos a tener paciencia con nosotros mismos y con ellos, perdonándonos mutuamente de todo corazón. Lentamente, iremos teniendo un corazón puro, que nos ayudará a ver a Dios en la vida cotidiana, con la alegría de sabernos consagrados a Él por semejante sacramento. Por último, el ver a Dios nos concederá paz y esperanza, para no desesperar frente a los problemas, dificultades y tentaciones. Y así, llenos de la felicidad que solamente el Señor nos puede dar, alcanzaremos el Reino que Jesús mismo nos ha prometido y que ya está entre nosotros.

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