Dinosaurios

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1786
Al Gringo Martínez
El mundo viene cambiando, a los tumbos. Como si hubiera estado toda la vida en su lugar y de repente empezó a moverse, a vivir a otra velocidad. Vas a tu viejo barrio creyendo que lo hallarías como era entonces, pero han hecho otras casas modernas, la de los vecinos se volvió un baldío poblado de matorrales y hay gente nueva, que llegó anteayer y no conoce las tradiciones, las historias que se contaban de vereda a vereda. Habrá otros cuentos, tal vez mejores que aquellos, pero no son los mismos, che. Un buen día te das con que viejas, viejísimas esquinas tienen otro nombre. ¿A quién se le ocurrió cambiar el luminoso nombre de La Alhambra por ese otro, que literalmente quiere decir oscuro, negro?, ¿quién cree que es: San Martín, Napoleón, Tamerlán?
El sencillo Veredón de antaño convertido en el sueño de loco de una mente pueblerina y pueril no te molesta tanto; de tan inocente su intención, hasta parece hermoso, aunque no lo sea. Gente nueva ha venido a vivir a La Banda, del Polear, de Clodomira y la Aurora, de Vilmer, con la ilusión de mejorar el futuro de los hijos en las buenas escuelas que tenemos. Los hemos recibido con los brazos abiertos, todos son bienvenidos, tan parecidos a nuestros bisabuelos, llegados del otro lado del mundo con la esperanza delante y los recuerdos detrás, como dice la canción.
No entristece que el balneario no sea el balneario y que los carnavales de Sarmiento y el Tiro Federal se hayan perdido. Quiénes somos para juzgar los deseos de la juventud y sus formas de divertirse. Iba a agregar “sanamente”, y me percaté de que esa palabra denunciaría mi senectud. Que se entretengan como quieran y puedan, como nosotros y nuestros padres y sus padres y así hasta el tiempo de los dinosaurios, que nada nuevo hay bajo el sol.
De repente vienes por la España, saludas —imaginariamente— al profesor Ricardo Dino Taralli y sigues. Antes de llegar a la San Martín, quieres buscar a un amigo y recuerdas que Chito también se fue para el lado del silencio, ¡la pucha! Después de su partida, nada volvió a ser como era, en esta ciudad de pobres corazones solitarios. Vuelves a tu cueva. Seguirás aguaitando eso que demora y no llega.
Aporcando la chacra. En Toro Negro.
Por Juan Manuel Aragón/POSTAL DE LA BANDA

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