El otro lado de la prostitución: «Elijo ser puta y feminista»

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Sólo tenía 19 años cuando decidió priorizar el deseo y el placer ajeno. Ella, mientras cumple lo pactado, solo enfoca su atención en el dinero con el que pagará las cuentas.

Relojea la hora para saber cuántos clientes más podrá atender antes de que su hijo salga del colegio. Vuelve a la misma esquina de todos los días. Y en el preciso instante en el que un nuevo vehículo se detiene para preguntarle cuánto cobra, decide subirse y desprenderse de sus sentimientos. También de sus emociones y sus pasiones. Al volver, ya son las 18: es hora de regresar a casa.

Georgina Orellano se transformó en la voz cantante de tantas. Las siente y las piensa como si fuesen sus hermanas. Hace 12 años que ejerce la prostitución, definiéndose como «puta y feminista», encontrando en el trabajo sexual «la mejor opción para las mujeres que venimos de los sectores populares». Es secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) y confiesa que «seguiré siendo prostituta por siempre, porque más allá de mi trabajo represento la lucha de muchas otras que sufren a diario», dijo a Infobae.

En su antebrazo derecho lleva tatuada la palabra PUTA. Lo exhibe con orgullo: «Observo que muchas personas me miran el brazo y comienzan a hablar por lo bajo. Otras, en cambio, me preguntan por qué me hice ese tatuaje. Ese es mi momento ideal, porque puedo contarles quién soy».

– ¿Por qué decidiste ser trabajadora sexual?

– Elegí esta profesión porque cuando terminé el secundario tenía muy pocas opciones laborales. Administrativa, empleada en casas particulares, niñera, entre otros. Probé esos trabajos y no me gustaron. Sentí mucha denigración. Después, a los 19 años, comencé a ejercer el trabajo sexual porque la mamá de los niños que cuidaba me confesó que ella se dedicaba a eso. Me preguntó qué quería hacer, qué estudiaba y yo le dije que quería tener un trabajo como ese. Quería tener una independencia y estabilidad económica que en otros trabajos no iba lograr. Los demás trabajos son dignos, merecen tener mejores condiciones laborales pero no son para mí.

– ¿Qué te provoca decir a qué te dedicás?

– Antes tenía mucha culpa, pero no por el trabajo en sí, sino por el estigma que todavía existe hacia el trabajo sexual. Y por la culpa que a mí me generaba eso. Sentía que estaba haciendo algo malo, sentía mucha vergüenza. Demasiada vergüenza. Sentía que no podía ver ninguna satisfacción en el trabajo sexual. Los días que ganaba más dinero me sentía más sucia. Me pesaba mucho la mirada del afuera, del qué dirán. «Cuando se entere mi mamá, ¿qué pensará? ¿Que su hija es una prostituta?» Eso me pesaba un montón. Y fue un proceso muy largo poder decirle a mi familia que soy trabajadora sexual y no sentir más culpa por eso. Poder vivir un poco más aliviada.

– ¿Qué reacción tuvo tu hijo?

– Mi hijo logró comprender el trabajo sexual y lo defiende, incluso mejor que nosotras. Mis compañeras lo han escuchado decir que «los hijos de las trabajadoras sexuales deberían tener su propio espacio para contar cómo se vive, cómo es ser el hijo de una trabajadora sexual». Nos hizo pensar que en el 2018 deberíamos crear este espacio.

– ¿Seguís trabajando en la calle?

– Sí. También con clientes fijos, a través de arreglos mediante WhatsApp o Facebook. Hace 12 años que ejerzo el trabajo sexual. Los primeros años todos los días, incluso los sábados, con un horario establecido: cuando mi hijo estaba en jardín, turno completo. Yo trabajaba, pero me encargaba de llevarlo e ir a buscarlo. Con el correr de los años cambié mis formas de trabajar. Al principio lo hacía solo con un cliente, de manera exclusiva, como novia. Allí comencé a tener más visibilidad en los medios y ese cliente le había comentado a su familia que era su novia y no que era trabajadora sexual. Entonces se terminó todo.

– ¿Y qué hiciste?

– Tuve que volver a la calle. Cuando voy a la esquina los clientes me dicen: «vos sos la que está en AMMAR, la que defiende a las trabajadoras sexuales». Se traslada la militancia en el trabajo sexual, me buscan para pedirme consejos, opiniones. Muchos también no quieren estar conmigo. En mis inicios los tenía y ahora pasan y no me saludan. Dejé de ser esa sumisa; esa callada que solo escuchaba lo que decían.

– ¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

– En el trabajo sexual sí están las condiciones claras. El tiempo justo, cómo, cuándo, dónde. Uno pacta las condiciones y el otro las respeta. Lo hago porque hay una necesidad de trabajar de lo que sea. Muchas mujeres decidimos ejercerlo porque es un trabajo que uno termina eligiendo. Empieza como una opción, pero terminás eligiéndolo todos los días. Mi mirada moral estaba en que cuando yo ejercía mi trabajo sexual, le ocultaba el trabajo a mi entorno y sentía que lo que hacía era malo, indigno, que no lo debía hacer. Luego, que solo tenía que ver con la mirada moral.

– ¿Y tomás precauciones? ¿Tenés miedo al estar en la calle?

– Al principio sí porque era un trabajo que desconocía. Yo no sabía cómo transitar el espacio público. Cuando era chica me decían que si estaba a la noche era la puta del barrio. Me costó mucho saber en qué esquina pararme, en qué casa no pararme. Tuve malas experiencias con vecinos, clientes, con la policía. Pero trato de no estar sola en la esquina. De que haya una compañera más. Que sepa con quién me voy y yo saber con quién se va. Siempre que sube al auto sabemos qué arreglo tienen. Nos avisamos todo. Vamos a hoteles transitorios que nos conocen, que saben que somos trabajadoras sexuales, que si descolgamos el teléfono algún problema estamos teniendo para que ellos puedan subir y golpear la puerta de la habitación.

– Escogieron el eslogan «putas y feministas», ¿qué significa para ustedes?

– Porque la ética feminista es respetar la decisión que cada persona elija para su vida. Y somos las primeras que criticamos nuestro trabajo. Hay situaciones de explotación, violencia institucional, no tenemos derechos laborales básicos como obra social o jubilación; no podemos alquilar porque no contamos con un recibo de sueldo que pueda constatar que nosotras podemos pagar por mes. Muchas compañeras no puede acceder a la salud integral, porque hay una fuerte estigmatización en los centros de salud y en los hospitales. La salida no es prohibir ni abolir.

– ¿Sentís que, por momentos, promueven un discurso violento?

– No creo que seamos violentas. Creo que hay un hartazgo en nosotras, hay un hartazgo en que durante mucho tiempo en los medios existió un solo discurso hegemónico que nos ubicó en un lugar de víctimas. Y todas las políticas públicas fueron rescatistas: «vamos a rescatarlas porque es violencia para el cuerpo, porque necesitan otro trabajo». Todo lo que nostras hacemos desde la militancia diaria tiene que ver con ese hartazgo, con que muchas hayan hablado, pensado o decidido por nosotras. Queremos romper con ese cerco.

– ¿Qué proyectos tenés para tu futuro?

– Si hay algo que me enseñó estar organizada es que hoy por hoy los proyectos que tengo en mente son más colectivos que personales. Entre esos proyectos, poder jubilarnos, y que ese aporte se convierta en políticas públicas para todos y todas. Que dejemos de pagarle a la policía para que nos deje trabajar tranquilas. Tener obra social. Nosotras y también nuestros hijos. Apelo a tener 60 años habiendo conseguido todo esto.

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