El periodista, el escritor, el hombre armado: todos los rostros de Rodolfo Walsh

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¿Cuál Rodolfo Walsh? ¿El escritor de cuentos policiales de estilo inglés con que inició una promisoria carrera literaria? ¿El periodista que escribía notas de cultura y sociedad para la revista Leoplán? ¿O aquel otro periodista que revolucionó las formas de la investigación y fundó el non-fiction? ¿O el periodista militante del diario Noticias? ¿O el oficial 2° de la organización Montoneros? ¿O el parresiasta? Walt Whitman escribía en su poema Hojas de hierba: «Yo soy inmenso, contengo multitudes». Y así las contenía Walsh. Sin embargo, tal vez -como el Walsh periodista hubiera querido- habría que ir a la fuente para poder afirmar que, al momento de realizar tal vez su acción política más relevante -la denuncia de los crímenes de la dictadura- y que le costó la vida, Walsh se denominaba a sí mismo como escritor. Así tituló el texto: «Carta abierta de un escritor a la Junta Militar». Walsh volvía a firmar con el rastro de su oficio inicial resignificado por una vida al ritmo de la vertiginosa política argentina de mitad del siglo XX.

El primer Walsh sucumbe, muchas veces, bajo el halo que impone el mito del segundo Walsh. Sin embargo, no debería perderse de vista que su pluma literaria tenía una gran potencia en la época en la que la intervención política no tenía un rol central, ni mucho menos, en una vida atravesada por la lectura y la escritura literarias. Como lector fue productivo: seleccionó los cuentos que integrarían las antologías Diez cuentos policiales argentinos y Antología del cuento extraño, libros que formaron lectores en el policial y el género fantástico y que mostraron su erudición que, quizás, competía sin saberlo (quizás sabiéndolo) con las antologías que elaboraban Bioy y Borges -también sobre el cuento policial- y ellos dos junto a Silvina Ocampo -en el clásico Antología del cuento fantástico-.

Como escritor también fue productivo y talentoso: las tres novelas de Variaciones en rojo, protagonizadas por Daniel Hernández -un editor que investiga casos al estilo del policial inglés, en términos de deducción lógica- son fundamentales para comprender el policial argentino. Sin embargo, debe hacerse notar que Walsh -un hombre cautivado por la literatura- ni siquiera recurría al policial noir, sino que experimentaba en el marco del policial inglés, es decir, no trataba de desentrañar el crimen inherente a la sociedad contemporánea (o capitalista, como sí hacían los autores estadounidenses que incursionaban en este género) sino que proponía una resolución intelectual de algunos crímenes. La correlación de su vida hubiera continuado de ese modo, tal vez, si no hubiera sucedido que una noche, mientras Walsh jugaba al ajedrez, alguien interrumpió su partida y pronunció estas palabras que desde entonces forman parte de la literatura, el periodismo y la historia del periodismo y la literatura -cuando no de la historia misma-: «Hay un fusilado que vive».

A todos nos ocurre que cierto acontecimiento transforma de manera trascendental, estratégica, el rumbo que tenía nuestra vida. Los griegos tenían una palabra que definía ese momento: anagnórisis. Podía usarse cuando el «héroe» tomaba conciencia del rol que le planteaba su destino, como en una epifanía. El conocimiento que adquirió Walsh sobre el «fusilado que vivía» constituyó su anagnórisis y cambió su rutina de libros y reflexión por una de las epopeyas periodísticas más significativas de nuestra historia y que, además, fundó todo un género.

El «fusilado» había sobrevivido a los fusilamientos del basural de José León Suárez, realizados clandestina e ilegalmente por la dictadura que había derrocado al gobierno de Juan Domingo Perón cuando una rebelión militar dirigida por el general Juan José Valle intentó removerlos del poder. La represión fue arrasadora. Muchos de los conspiradores fueron asesinados sin el debido proceso. La investigación en la que se sumió Walsh lo llevó a entregar en forma de folletín los resultados de su pesquisa, que intentaba mostrar el crimen estatal y descubrir a los sobrevivientes para obtener justicia. «Yo quería que ese libro actúe», escribiría Walsh en un prólogo posterior, lleno de desencanto, porque si el texto mostraba todo el entramado criminal y a sus responsables, la justicia no había siquiera intervenido. Este año se cumplen sesenta años de la publicación de Operación masacre, que fue publicado no por las grandes editoriales que él hubiera querido para su investigación, pero que marcó -y todavía lo sigue haciendo- al destino del periodismo argentino, que quiere que sus realizaciones actúen sobre la realidad. Fundó la non fiction, ya que con las herramientas de la literatura escribió sobre los hechos de la realidad. En 1966, el escritor estadounidense Truman Capote publicó A sangre fría, considerado fundador del género, pero en la Argentina Walsh se le había adelantado.

La investigación por los crímenes de José León Suárez lo llevó a un cambio ideológico radical
Su incursión en la denuncia del Estado despertó a Walsh a la vida política (antes sólo había manifestado vagas ideas nacionalistas) y de un modo radical. Viajó a la Cuba de la naciente revolución socialista, fue parte del equipo fundador de la agencia Prensa Latina, ayudó a descifrar mensajes encriptados que anunciaban el ataque contrarrevolucionario de Bahía de Cochinos, conoció a Ernest Hemingway, quien le concedió la más breve -pero más significativa- entrevista de la historia: «I’m not a yankee, you know», le dijo el legendario escritor en ocasión de aquella invasión. Luego volvió a Buenos Aires.

Claudia Gilman en el libro Entre la pluma y el fusil indica que Walsh quizás sea la figura más cristalizada de cómo opera el mecanismo de la desintelectualización. Walsh era un intelectual: desde el campo de las ideas, intervenía planteando una posición crítica sobre la política y la sociedad, en el sentido clásico. Su progresiva incursión en la militancia política le planteó la disyuntiva -que tal vez no deba ser tal- entre la actividad intelectual y el activismo. Walsh dirigó el periódico CGT para la CGT de los Argentinos, una escisión combativa del gremialismo local que había logrado, de la mano de Raimundo Ongaro y Agustín Tosco, ganar el congreso de la central gremial, pero que fue desconocido y obligó a la división. CGT fue un hecho periodístico de gran energía y Walsh allí publicó, también en forma de folletín, la investigación sobre el asesinato de Rosendo García ¿Quién mató a Rosendo?. Walsh no podía con su genio: el «quién mató a» era una fórmula para titular muchos episodios del pulp, forma del policial negro que se publicaba a precios populares en los Estados Unidos. Fue otra gran investigación que aún hoy perdura por sus métodos.
Conjugaba su rol intelectual con el talento periodístico en función de aportar a la causa de la clase obrera. Comenzó a militar en las Fuerzas Armadas Peronistas, un grupo izquierdista que quería hacer entrismo en el peronismo. Se fundieron con Montoneros. Walsh se convirtió plenamente en un militante revolucionario.

Una digresión. Muchos actuaron como él. Pero Montoneros incurría en el foquismo, que es una forma política que promueve la sustitución de la acción de la clase trabajadora por un grupo militar especializado. Luego, los Montoneros planteaban un «socialismo a largo plazo», ya que su programa fundacional estaba atravesado por el nacionalismo burgués, que postula la conciliación de clases y la armonía del empresariado nacional con los trabajadores. Más aún, Montoneros se caracterizó por tener poca claridad ideológica pero una fuerte concepción militarista. A veces se plantea sobre Walsh la figura de la hagiografía, se lo condena a la santificación. El autor de estas líneas considera que, en su elección política en el campo de la revolución, Walsh estaba equivocado. El espíritu crítico que lo había animado en los primeros tiempos del «segundo Walsh» se desvanecía. En ocasión del proceso a Heberto Padilla, en Cuba, un poeta al que se le obligó a realizar una autocrítica por su conducta contrarrevolucionaria que emulaba las tristes autocríticas estalinistas de los Juicios de Moscú, Walsh atacó a los intelectuales que le reprocharon este acto a Fidel Castro y su gobierno.

Walsh formó parte de otras epopeyas, pero que fundan categorías discutibles. En el diario Noticias, que era financiado por los Montoneros, Walsh fue el jefe de policiales, pero como parte de su dirección, avaló no criticar en nada al gobierno de Perón luego de 1973 y ante medidas represivas de un tenor inaudito.

Walsh acataba la disciplina partidaria, conducida por un hombre como Mario Firmenich, y sólo luego de que Montoneros rompió con el gobierno, Walsh volvió al estadio crítico. Antes, dos hitos: el seguimiento de la masacre de Ezeiza, en los que actuó como un detective con un aparato radiofónico de ondas cortas para captar comunicaciones de la policía, y la genial tapa de Noticias cuando Perón murió. Una tapa que hoy se estudia, todavía, en las escuelas de periodismo, y quedará en la historia por siempre. El titular decía así: DOLOR, en letras molde, y luego: «El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos treinta años, murió ayer a las 13:15. En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un líder excepcional». Quizás no haya una mejor tapa en toda la historia del periodismo argentino.

El cierre de Noticias, el paso a la clandestinidad de Montoneros, el agravamiento de las acciones de la Triple A -fundadas por Perón mismo junto a su ladero José López Rega-, todo condujo a que las contradicciones se aceleraran. Sobrevino el golpe entonces. Clandestino, Walsh vivía en una isla en Tigre, volvió a escribir -permanecen desaparecidos por obra de la dictadura los originales de «Juan cruzaba el río», la última obra literaria de uno de los escritores más importantes de la Argentina-. Su hija Vicky, también militante montonera, murió luego de resistir durante horas el asedio militar en la casa de seguridad en la que vivía. Se suicidó frente a sus ejecutores: «Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir», dijo y reprodujo Walsh en una carta que le escribió a sus amigos, luego de haberle escrito otra a Vicky el mismo día de su muerte.

Fundó Ancla, la Agencia de Noticias Clandestina, que mostraba y difundía los horrores de la dictadura, sobre todo entre periodistas extranjeros y personal de las embajadas para que el totalitarismo del gobierno de Videla se conociera en todo el mundo. Walsh inducía a la participación de los ciudadanos para que se rompiera el cerco informativo que el terror había impuesto: «Cadena Informativa es uno de los instrumentos que está creando el pueblo argentino para romper el bloqueo de la información. Cadena Informativa puede ser USTED MISMO, un instrumento para que usted se libere del terror y libere a otros del terror. Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. DERROTE AL TERROR. HAGA CIRCULAR ESTA INFORMACIÓN». Así apelaba a la colaboración. Mientras tanto, había realizado críticas en los documentos internos al desvío militarista de la dirección montonera. Y también sembraba en su huerta en Tigre, mientras investigaba sobre las consecuencias económicas de la dictadura.

Las plasmó en su carta a la Junta Militar. Firmaba como escritor. Los griegos tienen una figura para quien dice la verdad contra el poder incluso a riesgo de sus vidas. La figura es la parresía, el que dice es el parresiasta. Con su carta, Walsh se convierte en nuestro modelo para pensar esa acción. ¿Había abandonado la perspectiva de la militancia revolucionaria? De ninguna manera. Pero no debería soslayarse el término elegido para firmar. Por el contrario, debería ser considerado significativo.

Hace 40 años, el 25 de marzo de 1977, partió temprano en la lancha interisleña con varios ejemplares de la carta en un portafolios. Tomó el tren. Llegó a la capital. Tenía ejemplares de su carta ensobrados y estampillados. Introdujo varios sobres en buzones a lo largo de un recorrido que realizó caminando. En la intersección de San Juan y Boedo, el grupo de tareas de la ESMA que lo vigilaba le dio la orden de: «¡Alto!». Walsh se detuvo, pero también tuvo tiempo de sacar un arma y disparar. Hirió a uno de los espías que lo cazaba mientras recibía disparos de bala en su cuerpo. Fue llevado a la ESMA. Luego desapareció.
Walsh quería que sus libros actúen. Hoy podemos afirmar que lo logró.

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