La dramática noche en la que nadie durmió en la Argentina

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«No me arrepiento para nada por la forma en que voté, todo lo contrario. Al derogar la 125 se pacificó el país y se ayudó al gobierno, porque la espiral de violencia era evidente y no se sabía dónde podía terminar». El que habla es el ex senador por Santiago del Estero, Emilio Rached, por entonces un radical K que acompañó el giro de buena parte de la UCR a una alianza con el kirchnerismo. Como hombre de confianza del gobernador Gerardo Zamora se descontaba su voto a favor del oficialismo pero, a pesar de los llamados y presiones que existieron hasta último minuto, no traicionó sus convicciones y desairó al gobierno.

En diálogo con Infobae, Rached -hoy intendente de Pinto, la única ciudad opositora al zamorismo- contó que evitó viajar a Buenos Aires en la semana previa, recuerda hoy que llegó el día de la votación al Senado y entró a último momento al recinto. Su asiento estaba junto al de Celia Capellini de Iturre, que le dijo: «Dice Zamora que te cuides de cómo vas a votar porque los K son muy peligrosos». «Decile que me c…. un huevo las amenazas». Y cuando le llegó el turno, votó en contra.

A favor o en contra del campo, nadie durmió en la madrugada del 17 de julio del 2008. El kirchnerismo creía posible el milagro de lograr un aval a la política agropecuaria contra el campo, que llevaba 129 días de conflicto. Durante esos más de cuatro meses, un gobierno creyó que estaba en juego la gobernabilidad y que la gente que se movilizaba en contra de la Resolución 125 eran golpistas.

El ex vicepresidente Julio Cobos diez años después, inaugurando una exposición rural en Córdoba.

No hubo forma de hacerle entender al matrimonio presidencial que el campo, apenas,quería formar parte de la mesa de las decisiones agropecuarias, como creía que le correspondía después de haber sobrevivido a años económicamente muy difíciles y habiendo aportado en forma sustancial cuando volvieron las retenciones, en el 2002.

En el peronismo más tradicional del Senado intentaron una negociación, a la que la Mesa de Enlace no se negó. Miguel Ángel Pichetto hizo trascender estos días que esos dirigentes hubieran aceptado llevar las retenciones a 40% si se terminaba la persecución a la que estaban sometidos ellos y sus familias. Hoy, ninguna entidad confirma algo semejante.

Por esas horas, en el Senado corría la voz de que Ramón Saadi fue llevado a un despacho fuera del Congreso donde lo obligaron a cambiar de voto por un método que no se reveló, pero que resultó convincente. Fue imposible contactar al hijo del mítico don Vicente Leónides para chequear la información. Como sea, el voto del también ex radical K por Río Negro, Pablo Verani, y la posición del vicepresidente Julio Cobos, que podía llegar a votar contra la 125 si le tocaba desempatar, trastocaron el panorama.

Pichetto sabía que se perdía, por eso le pidió al vicepresidente en el recinto que «haga lo que tenga que hacer, pero hágalo rápido». El debate duró casi 18 horas y fue un durísimo revés para el kirchnerismo porque, además, había perdido los votos de peronistas de fuste como Carlos Reutemann (Santa Fe), Juan Carlos Romero (Salta), Roberto Urquía (Córdoba) y Teresita Quintela (La Rioja).

Cobos le había adelantado a Pichetto cuál sería su posición en caso de que le tocara votar. Pampuro quiso ayudar y le ofreció al mendocino reemplazarlo en la presidencia de la sesión para que no se expusiera, pero el vicepresidente estaba decidido a asumir su responsabilidad. «La gente está esperando una ley que solucione el conflicto, lo máximo que puedo hacer ante ese escenario, es pedir un cuarto intermedio para que se intente una última negociación», dijo entonces.

Mientras todo eso sucedía, la Mesa de Enlace se había reunido en el predio de Palermo de la Sociedad Rural para tomar las decisiones en el tiempo real del Senado y evitar, juntos, las presiones que aumentaban. En Diputados, la votación había salido 129 a 122, tampoco hubo demasiada diferencia. La posibilidad de que el oficialismo perdiera en el Senado estaba a minutos de hacerse realidad.

Cuando Cobos dijo «la historia me juzgará, no sé cómo. Y que me perdone si me equivoco: mi voto es no positivo, mi voto es en contra», se produjo el grito del interior profundo, la Argentina que trabaja y no solo no tiene subsidios, sino que estaba obligada a pagar impuestos para exportar, único caso en el mundo.

Por varias horas no se sabía qué iban a hacer los Kirchner. Años después, el por entonces jefe de gabinete, Alberto Fernández, reconoció que Néstor quiso que su esposa renunciara y que fue Lula Da Silva el que lo convenció de que no lo hiciera. Cristina tampoco quería irse. Así y todo, en 2009 perdió las elecciones.

No dio un paso atrás. Al mes de esa, su segunda derrota, hizo aprobar la ley de medios. Yse profundizó la tensión extrema en cada uno de los ámbitos sociales, políticos y gremiales, que fue seguida por la muerte del ex presidente, la intención de «Cristina Eterna» y las movilizaciones de la clase media. Hoy parece la prehistoria, pero en Argentina la pelota de tenis estuvo a segundos de caer del otro lado de la cancha.

Más tranquilo que en aquellos días, desde la bucólica y rural Pinto, Rached recordó que en esa semana de julio, hace 10 años: «Dejé a mis tres hijas con la madre en Santiago del Estero y con custodia policial, porque todos estábamos amenazados, y me vine a Buenos Aires».  «Al llegar, me reuní con Julio (Cobos) y me di cuenta de que mi voto era decisivo, así que no dudé más, a pesar de que sabía los riesgos que estaba tomando». Luego de la dura derrota que se le imprimió al kirchnerismo, se enteró de que cinco minutos de terminada la votación, la custodia a su familia recibió la orden de retirarse. Eran las cinco de la mañana. Y ni la policía santiagueña había dormido.

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