La increíble vida de los reclusos en la cárcel más agradable y exitosa del mundo

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«La cárcel es una manera cara de hacer que la gente mala sea peor», dijo Douglas Hurd. El político británico, funcionario durante los gobiernos de Margaret Thatcher y John Major, describió así las instituciones que se caracterizan, según los países, por superpoblación, abuso, muerte, crimen organizado, motines y tortura. Excepto una.
Es la prisión de Bastøy, premiada en 2014 por «promover los valores humanos y la tolerancia».

Se ubica en una isla deshabitada de poco más de una milla cuadrada (2,6 kilómetros cuadrados) en Noruega, a una hora de Oslo.

Los 115 reclusos de Bastøy viven en un régimen abierto. Como en Alcatraz, la geografía marca una barrera natural. Pero a diferencia de la célebre roca en la bahía de San Francisco, en la isla noruega funciona una comunidad: los condenados trabajan y tienen tiempo libre para pescar en verano o esquiar en invierno; viven en cabañas y cuidan el ecosistema.

Nadie es enviado directamente a Bastøy: llegan aquellos que logran comprobar que pueden estar en un ambiente de seguridad baja y que quieren reintegrarse a la vida social de manera positiva. Por eso mismo no van solamente delincuentes menores: la población de la isla tiene violadores y asesinos.

Bastøy fue un correccional de menores famoso por sus normas draconianas. En 1915 los jóvenes se amotinaron y debió intervenir el ejército para controlarlos. Las condiciones siguieron idénticas hasta que en 1953 el gobierno asumió su administración. Pero el intento de reconversión en escuela fracasó y el lugar se cerró en 1970, para dar lugar al proyecto de penitenciaría humanitaria.

En 1982 llegaron los reclusos. Y un chef, un sauna, canchas de tenis, animales para cabalgar.

En un artículo reciente de The Economist se narró cómo el ferry que lleva al personal —de los casi 70, sólo cinco y el director, Arne Kvernvik-Nilsen, duermen en la isla— de Bastøy a Oslo está operado por dos reclusos —»uno cumple una condena de 14 años por intento de homicidio, otro de nueve años por «drogas y violencia»— y, aunque nadie más viaja en la embarcación, jamás se les ocurre secuestrarla y huir. Cuando el periodista subió, le ofrecieron café caliente.

Con excepción de las horas de descanso, desde las 11 de la noche a las 7 de la mañana, los reclusos pueden recorrer la pequeña isla a gusto. También usan la playa en verano a condición de dejarla limpia. Cargan martillos, hachas y sierras eléctricas, elementos que en ninguna otra cárcel se dejan al alcance de los detenidos: los emplean para cuidar el bosque y hacer leña. También cultivan vegetales y crían ganado.

La prisión se organiza como un pequeño pueblo, «con unos 80 edificios, caminos, playas, paisaje cultural, cancha de fútbol, tierra para agricultura y bosque», se lee en la web de Bastøy. «Además de los espacios de la prisión, hay una tienda, una biblioteca, una oficina de información, servicios de salud, iglesia, escuela, servicios sociales del gobierno, un dock, servicio de ferry y un faro con comodidad para albergar pequeñas reuniones y seminarios».

Los momentos del recuento de los reclusos son acaso los recordatorios de que el lugar es, después de todo, una prisión. Cuatro veces al día la seguridad verifica que estén todos; en la historia del penal no ha faltado ninguno. Otra señal es la prohibición de telefonía celular: hay cinco teléfonos públicos en las instalaciones.

«Noruega tiene la tasa de reincidencia más baja de los países escandinavos: a dos años de su liberación, sólo el 20% de los reclusos han vuelto a ser condenados», según The Economist. La de la isla cárcel es más baja: 16 por ciento. En los Estados Unidos la tasa es de casi 40%, con una consideración extra: «Noruega reserva la detención para casos difíciles, que sería probable que reincidieran. Su tasa, de 74 por cada 100.000, es la décima parte de la estadounidense».

El buen trato permite mucho más que el castigo: permite la reinserción social, creen los funcionarios a cargo de Bastøy. La belleza natural ayuda a que la gente cambie, y el personal tiene mucha importancia: hay tantos trabajadores sociales como guardias.

El sitio detalla: «Queremos reclusos con condenas largas a los que les quede tiempo por cumplir. Queremos reclusos que deseen trabajar en su motivación y su cambio». Por eso mismo hay una unidad para la rehabilitación de problemas de drogadicción o alcoholismo —ocho habitaciones— y dos especialistas.

También por ese motivo se promueven los valores de una ecología humana, «que concierte a las relaciones entre las personas y sus ambientes social y de creación artificial, y se concentra en cómo los seres humanos funcionan juntos y se influyen, entre sí y con la naturaleza».

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