Madonna la aplanadora del pop

0
299

A lo largo de casi treinta años de actividad, Madonna atravesó distintas etapas y personificaciones de acuerdo a lo que sus inquietudes le fueron dictando. Lejos de la fugacidad de cualquier fenómeno pop, su capacidad de reinvención le garantizó una perdurabilidad más allá de cualquier resultado artístico. Y así como su visita anterior en el marco de la gira Sticky & Sweet oficiaba como un repaso casi biográfico de su trayectoria, su actual propuesta, la ambiciosa gira MDNA, es un resumen de su mundo privado, con un entrecruce entre espiritualidad, feminismo, música del mundo y provocación pop.

Articulado en cuatro bloques con nombres bastante ilustrativos («Transgression», «Prophecy», «Masculine / Femenine» y «Celebration»),  el show responde a una dinámica de continuidad en la que cada segmento responde más al todo que a las canciones que la integran. Una mezcla de canto gregoriano y plegarias en hebreo y vasco sirven como punto de largada, mientras un grupo de monjes hace pendular un enorme incensario y en las pantallas de fondo se materializa una catedral, imagen que se hace añicos literalmente cuando el estribillo de «Girl Gone Wild» estalla a volumen 11 en el Monumental.  Tras elevarse a sí misma como deidad poliétnica, Madonna toma las armas (también literalmente) en «Revolver» y «Gang Bang» para acribillar a todo su cuerpo de baile, para luego entregarse a una pelea cuerpo a cuerpo con su pareja, el bailarín Brahim Zaibat.

A medida que las canciones avanzan, la puesta en escena gana en complejidad. A las pantallas de alta definición del fondo del escenario se suman unas plataformas ascendentes rodeadas de leds que permiten a Madonna y toda su tropa reinventar el espacio. La lista de temas es hostil para el oyente casual y purista: las canciones de MDNA dominan la parada y los viajes al pasado son pocos y, mal que le pese a muchos, bastante heterodoxos. Una coreografía de contorsionismo y sonido a huesos rotos despide a «I Don’t Give A» (con la imagen de Nicki Minaj de fondo cantando el tema) y da lugar a «Express Yourself», el momento para que la Ciccone se vista de porrista y le moje la oreja a Lady Gaga incrustándole al tema un fragmento de su «Born This Way». El gesto puede ser un reconocimiento, o también una manera de recordar quién manda en esta escena y que las Britneys, Cristinas y Katys están bastante atrás en la fila, y ahí se quedarán hasta próximo aviso.

Pasada «Turn Up The Radio», Madonna aclara su garganta y tira del freno de mano de su gran maquinaria pop para aclarar los tantos. «Tengo fiebre. Me siento mal y me olvido las canciones así que necesito que me ayuden cantando conmigo». La explicación no es fortuita: anunciado para las 22, el show comenzó con casi 90 minutos de retraso sin motivo aparente, y la silbatina que acompañó in crescendo la espera demostró que hasta los fans más fieles tienen sus límites. A partir de este momento, la Reina del Pop apela al antagonismo como recurso estético. Primero, el grupo vasco Kalakan le da una relectura étnica a «Open Your Heart», luego Madonna se despoja de su ropa de a una prenda a la vez en «Human Nature» mientras simula masturbarse. Acto seguido, dará un discurso a favor de Pussy Riot y Malala Yousafzai, defendiendo el rol de todas las mujeres bellas y fuertes del planeta como antesala de una versión de «Don’t Cry For Me, Argentina» con el nombre Eva escrito en su espalda por obvias razones. Pocos minutos después seguirá con el mismo vestuario simulando ser la mascota fetiche de un bailarín que le ajusta el corset y juega con ella, en una escena entre el bondage y la dominación sadomasoquista.

El tramo final cumple con su objetivo de convertir el estadio en una pista de baile de manera gradual. La seguidilla de «I’m Addicted» y «I’m a Sinner» ascienden desde la tibieza y garantizan la explosión masiva en «Like a Prayer», ornamentada con un coro gospel  ascendente. Antes de marcar tarjeta, el despliegue escénico toca su pico más alto y sofisticado en «Celebration», en una combinación de estímulos audiovisuales. Un (falso) estallido de cristales sincroniza el fin del recital con su propio comienzo, y pone los relojes en cero en un planteo cíclico en el que un mismo detalle puede ser la llegada, pero también el punto de partida.  Conociendo su dinámica insaciable, es muy probable que para Madonna el final de esta gira (que finaliza en Córdoba el sábado 22) no sea más que el kilómetro cero de una nueva etapa, porque un espíritu en movimiento constante puede más que el peso de los años.

Por Joaquín  Vismara/ RollingStone

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here