danzarina epopeya de luz y de color;
es primero un redoble de plácido aguacero
y luego un escarceo de vívido fulgor.
Parloteo de la lluvia sobre el cristal sonoro
se hace eco del galope febril y musical;
un duende es el que impulsa la carrera sonora
desdranándose en loco torrente vertical.
Crepitar de la llama que se quiebra en la chispa,
tintinear rutilante de la espuela fugaz,
a su convulso ritmo se suman endiabladas
las líneas y las furias de un torbellino audaz.
Multiforme arabesco de cadencia y figura,
en un tropel confuso, pujante, varonil;
isócromo latido, remedo fervoroso,
retumbo sofocado de recio tamboril.
Hay sol en su guapeza. Sonoridad y luces
de aceros fulgurantes en una cruenta lid;
el tamblor inflamado de la fiera en acecho
y el músculo de bronce del trágico adalid.
Almbique de formas y lírica armonía
pulsando los teclados de lus crepuscular,
acrobacia que enciende amor en las pupilas
con ágiles esguinces de rítmico vibrar.
Malambo de mi tierra: domador de las danzas,
eclosión en un grito de fuerza y de valor;
tú vienes en la sangre de la materna raza
con un latido heroico de fiebre y de dolor.
Malambo en que retoza, la fantasía y el genio,
como el aroma envuelve los lindes de la flor,
estás dentro los pechos como una abeja eterna,
libando rumorosa la vida y el amor.
Cristoforo Juarez
Extraído de «Antología de poetas santiagueños» de Alfonso Nassif
alfonsonassif@wichifolklore.com.ar