Palito Ortega: “Yo tengo fe en Francisco”

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“¡Pará, pará! Abrí la puerta.” Al cabo de una hora y algo más de prueba de sonido, Palito Ortega accede con generosidad y buen humor al pedido de fotos y saludos de un grupito de fans -grandes y chicos-, que se interponen en el paso de la combi que lo traslada.

Un rato después, en el único hotel de la localidad mendocina de Rivadavia, donde en un rato ratificará su vigencia ante unas 15 mil personas durante la primera jornada del Festival Rivadavia le canta al país, pide una cerveza y comenta al paso: “Si uno no se divierte, cualquier trabajo se torna pesado.” Pero en su caso, la cosa va más allá de la diversión. “Tengo la sensación de que mucha gente me incorporó a la historia de sus vidas. Desde que empecé a cantar, las mujeres mayores me vieron un poco como un hijo, y las más chicas -que a Sandro lo veían como un amante-, a mí me consideraban un hermano (Risas). Y sigue pasando; por eso hay canciones que no puedo dejar de cantar, como La sonrisa de mamá. Porque sé que ellas se emocionan”, dice.

Lo que decís vale para quienes te siguen desde hace mucho tiempo. Pero, ¿cómo se explica que mucha gente joven conozca y cante tus canciones, cuando la sociedad cambió tanto a lo largo de tu trayectoria? 

Puede ser que uno no se dé cuenta, pero quizás esté representando la intención de no querer desprenderse del todo de ciertas cosas que tienen que ver hasta con la inocencia, con lo más natural de la vida: la amistad, la simpleza y la esperanza que no se quiere perder.

¿Eso no condicionó lo que tenías ganas de cantar?

No, porque yo elegí eso desde el comienzo. Y lo elegí porque lo sentí profundamente. Fui consciente de todas las críticas que tuve en un momento determinado, pero no quería cambiar porque no quería dejar de ser yo.

¿Qué críticas?

Las que apuntaban a que tenía que cantarle más a mis orígenes: a la vida más postergada y frustrada de tanta gente. Hubo grandes poetas populares que le han cantado a las frustraciones y a los desencuentros y desencantos de la gente. Yo elegí otro camino. Viví esas privaciones y frustraciones; vengo de un pueblo de calles de tierra, donde el agua potable había que ir a buscarla y las casas no tenían servicios sanitarios. Más limitaciones, imposible. Y sé que de eso no se sale cantando envuelto todo el tiempo en el dolor o dando vueltas alrededor de un lamento. Entonces, no siento que esté atado a nada, porque elegí este camino y persistí en él a pesar de todo.

Fiel a esas convicciones, con más de cinco décadas de carrera y 72 años sobre sus espaldas, Ortega sigue en la ruta con sus reflejos aceitados. De esa capacidad de reacción ante el sentir popular surgió La Luz de Francisco, un tema que escribió y grabó unos meses atrás en alabanza del Papa argentino, que además actualiza su vínculo con el credo católico, presente desde siempre en su mensaje.

“No fui sacerdote por casualidad”, revela, y cuenta: “Los curas misioneros se quedaban dos meses a vivir en mi pueblo, donde no había capilla, ni comisaría, ni juez de paz. Y por alguna razón siempre me iban a buscar para que fuera monaguillo, cuando daban las misas en latín en un altar improvisado en algún espacio que habilitaba el ingenio azucarero. Hasta le propusieron a mi papá que me dejara comenzar el sacerdocio.”

¿Y qué pasó? 

Mi papá se asustó o algo así. En definitiva, creo que a través de la música también se ejerce un sacerdocio. Mi formación me dio una gran fortaleza de espíritu. Si la vida me hubiera agarrado un poco débil, por ahí mi destino habría sido totalmente diferente. Desde siempre he tenido percepciones, como la de decirle a mis amigos de infancia que iba a ser artista. Estaba seguro de algo, lo fijaba en mi mente y apuntaba a conseguirlo. Basado en eso, trato de transmitirle a la gente que se levante y piense en positivo. Porque lo que emite tu mente se esparce a todo tu cuerpo.

Esa actitud no necesariamente tiene que estar vinculada a una fe religiosa determinada, que en tu caso sí existe, hasta el punto de tener tu propia capilla. ¿Sos practicante de los preceptos de la Iglesia? 

No, para nada. Me parece que hasta Jesús se avergonzaría de esos preceptos. Su prédica y la de sus apóstoles tienen más que ver con lo que viene postulando Francisco desde que asumió su papado. El me da mucha esperanza; yo le tengo fe. El viene diciendo algo que pienso desde hace mucho tiempo: que la religión no es esa cosa de estar todo el tiempo pendiente de lo que dice el sacerdote un domingo. Porque el encuentro del domingo se ha convertido más en un acto social, que en una cuestión de fe. Siempre tuve la impresión de que Jesús fue abriendo las puertas de las iglesias, y que por los siglos de los siglos el Vaticano les fue poniendo, por lo menos, cortinas. Por otra parte, las normas que se establecen a través de la religión no son perfectas, porque fueron hechas por un hombre. Y el hombre siempre tiene fallas.

¿Lo conocés a Jorge Bergoglio?

No lo traté, pero lo conozco. Y me pone feliz cuando veo las decisiones y medidas que va tomando. Me parece que va abriendo la puerta de los templos, que deben estar siempre abiertos, para que quien necesita sosiego pueda ir a buscarlo. Francisco les está diciendo a los sacerdotes: “Che, no se queden esperando ahí sentados. Salgan a la calle y vayan a buscar a la gente. A los más humildes, a los más necesitados.” Eso me produce una grata sensación, porque me da un poco de pena haber visto cómo han prosperado las sectas y los falsos pastores, vendedores de ilusiones, soluciones mágicas y paraísos que no existen. Me parece que la verdadera religión no pasa por ahí. Si Jesús resucitara o se produjera la segunda llegada del Mesías, pasaría como con aquella salida del templo, cuando mandó a mudar a los mercaderes. Porque nada hay más alejado que eso de la verdadera misión del pastor.

Entonces, ¿qué es lo importante de abrazar una creencia?

Lo importante es que sea perfecta la fe, que mi fe sea íntegra y que nadie me pueda sacar de ella. Yo no salí de la situación de la que salí porque me puse a analizar cómo era Dios y si eran verdad o no las escrituras. Yo dije: “Creo en Dios, y yo lo creo a Dios”. Si a Dios te lo planteás imaginado de una manera u otra, sería como minimizarlo. Yo sé que existe porque lo hago existir. Y creo en él. Creo en la palabra de Jesús, confío y salgo a la calle pidiendo que me proteja. Y estoy convencido de que me está protegiendo. Puedo decir que pasé por momentos en los que me preguntaba cómo iba a salir de ahí, cómo podría zafar de lo que estaba viviendo. Y creer me ayudó a lograrlo.

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