Ni presa ni libre: el impacto de la «tobillera política» a Cristina Kirchner

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La temeraria decisión del juez Claudio Bonadio de ordenar el desafuero de Cristina Kirchner y la detención de los procesados en la causa del Memorándum con Irán produjo una estampida. Funcionó como una bomba de fragmentación. Repartió filosas esquirlas  de efectos todavía imprecisos. La idea de una navidad tras las rejas para buena parte del staff kirchnerista a algunos les endulza el paladar y a otros tantos les hiela la sangre.

El Gobierno reaccionó con cautela. Las sensaciones y emociones de las almas sensibles de los muy PRO, si las hubo, quedaron reservadas para la intimidad. En la escena pública se impone un durambarbismo cool.

«Es tarea de la Justicia, se respeta la división de poderes»  rezan los funcionarios consultados,  a modo de forzada jaculatoria, sobreactuando la prudencia.

La lectura cristinista de la realidad muestra a Bonadío procediendo por cuenta y orden del oficialismo. La ex presidente lo expresó a su manera: «Macri es el director de orquesta y Bonadío ejecuta la partitura judicial». Ella lo ve así: una presión directa sobre los jueces. Lobby y/o apriete.  El trabajo eficiente de los operadores sobre Comodoro Py. Algo de manual, de lo que CFK sabe mucho.

A la perplejidad inicial le siguieron los debates. Preguntas que aún no encuentran respuesta. Qué impulsó a Bonadío a cargarse en un solo y único acto a todos es materia de discusión y  análisis.  Las irreconciliables diferencias que separan al juez en cuestión de la ex Presidente son parte de un conocido vodevil mediático. Entre ellos se dijeron todo y más. No cara a cara, sino entre cámaras y papeleos.

El hombre que instruyó cuatro causas en su contra (Hotesur, Los Sauces, dólar futuro y la denuncia de Nisman) y,  fue recusado sin éxito en todas ellas por Cristina bajo el argumento de «enemistad manifiesta», no se privó de nada hasta aquí. No solo ordenó un allanamiento de sus propiedades y la forzó a viajar a Buenos Aires a «tocar el pianito» (un trámite sencillo que fue vivivo como una humillación), sino que ahora redobla la apuesta pidiendo su desafuero y detención en la causa que más pesa sobre la imágen de la ahora senadora de la Nación.

Hay quienes creen ver al  magistrado degustando el helado manjar de la venganza. CFK quedó ahora alojada entre la «doctrina Irurzun» y el «teorema de Pichetto».  Un sitio muy estrecho e incomodante. Atrapada en una suerte de «no lugar». No está presa, pero tampoco libre. Le abrocharon una suerte de «tobillera política».

Miguel Angel Pichetto ya hizo saber que no impulsará el desafuero de la jefa de Unidad Ciudadana. El senador se mantiene en la posición que lo llevó a sostener a Carlos Menem en su banca. No ha lugar al corrimiento hasta que no haya sentencia condenatoria firme. Una extraña paradoja la del rionegrino, obligado a defender a Cristina luego de «jibarizarla» políticamente en la Cámara.

Tan mal no le fue en la movida al rionegrino. Si bien no le quedó otra que recordar que el también acompañó la votación del abominable memorándum, ahora tiene en su poder la clave de la libertad de Cristina.

No obstante, es muy poco probable que quiera o pueda usarla. En el oficialismo la prefieren «suelta». Molestando, aunque incómoda. El «alma en pena» de Cristina vagando entre la banca y los medios garantiza llegar al 2019 con el PJ deshilachado. A nadie le sirve Cristina presa. La quieren vivita pero condicionada.

La conveniencia política para el Gobierno de esta movida tribunalicia no está para nada clara tampoco. Si bien la aplanadora judicial de las últimas horas entretiene y distrae llenando de impactantes sucesos las pantallas, también es cierto que mete mucho ruido en diciembre, algo que parecía un riesgo despejado. A Cambiemos no le suma la minoría intensa fatigando la calle al grito de «Macri, basura…». Tampoco ayuda a acelerar el debate de los muy sensibles temas pendientes: reforma previsional a la cabeza. Para no hablar de la laboral y otros asuntos.

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