Shunko evoca a su maestro

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Benicio Palavecino, que inspiró "Shunko", lleva medio siglo en el hipódromo de San Isidro S. Colombo

En 1949, «Shunko» fue la visión nostálgica de un maestro rural sobre la vida de sus pequeños alumnos quichuas en el monte santiagueño. En esa novela, Jorge W. Abalos se centraba en «el más chiquito» (eso quiere decir el vocablo «shunko») de sus discípulos. El libro, extraído de lo más hondo de su experiencia, alcanzó mucha difusión, fue de lectura obligatoria en muchas escuelas y se tradujo al portugués y al ruso.

En 1960, Lautaro Murúa, el destacado actor chileno afincado aquí, llevó la historia al cine en su primer trabajo como director. La crítica elogió su sostenido aliento poético. El guión fue obra del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos. Y Murúa fue el único profesional entre los actores; recurrió a gente del lugar y a niños de la propia Santiago del Estero para transmitir el espíritu entrañable de esa tierra.

De Santiago a San Isidro

Benicio Palavecino, que inspiró «Shunko», lleva medio siglo en el hipódromo de San Isidro. Foto: S. Colombo
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¿Qué fue de la vida de Shunko? Benicio Palavecino (tal es su nombre) acaba de cumplir setenta años. Cuida caballos en un stud en el hipódromo de San Isidro. Tiene ese trabajo desde 1953. Empezó en Palermo con el cuidador Joaquín Rota y pocos días después se trasladó a la vera de las pistas sanisidrenses.

Allí conversó, con su estilo parco y pausado, con La Nación . Recordó cálidamente a su antiguo maestro, quien años después fue un destacado científico que en 1957 hizo crear el Instituto de Animales Venenosos, en Santiago del Estero. Jorge W. Abalos fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad Nacional de Tucumán cuando sólo tenía 35 años, fue vicedecano de Ingeniería Forestal de la Universidad Nacional de Córdoba y profesor asociado de Harvard.

Pero nada de eso podía imaginar Shunko, aunque veía que «a él le gustaban mucho las víboras, sacaba la ponzoña y entraba a sacar sangre de los perros, y mandaba todo a Brasil».

«Era buenísimo -continúa-. Los chicos lo queríamos mucho. El fue un maestro que andaba ambulando, buscando a la gente pobre. Para enseñarnos a hablar en castellano tuvo que aprender el idioma nuestro, el quichua.»

-¿Usted sólo hablaba el quichua cuando era chico?

-No conocíamos gente, no conocíamos nada de nada. Vivíamos en el monte.

-¿No tenían contacto con nadie?

-Nosotros veíamos un avión y nos escondíamos en el monte.

-¿Qué edad tenía cuando entró en el colegio?

-Y… sería a los siete años, calculo yo. Y yo me iba amansando, me iba haciendo más gente.

-¿Cómo se llamaba el paraje?

-Tacañitas, el pueblo. Y el colegio estaba en la costa (del río Salado), en el departamento de General Taboada.

-¿Cómo era su casa?

Era una casa de adobe en medio del monte.

-¿Qué comían?

-Eramos tan pobres, tan pobres. Vivíamos de tortilla hecha al rescoldo, un poco de leche y mate cocido, zapallo a las cenizas, té de poleo, de tala. Muchas veces comíamos raíces de las plantas, de las frutas, de los montes. ¡Era tan rico! A veces me acuerdo y me dan ganas de volver.

-¿Usted volvió alguna vez?

-En 1991 me invitó la delegación de Santiago del Estero. En 1992 volví a ir y después no fui más. Allí miré el árbol, vi a todos mis parientes. Fue una alegría muy grande. Después hicieron un camino y le pusieron el nombre mío: se llama Shunko. Y a un colegio, también.

-¿Dónde está el camino?

-Va de Tacañitas a la escuela de Shunko.

-¿Cómo se enteró de que se había escrito un libro sobre usted?

-Me enteré a los veintipico de años. Una hermana me escribió una carta: hay un libro escrito así y así. Nunca le di importancia. Y no le di importancia, porque yo soy así.

-¿Lo leyó?

-Sí, lo leí. Ahora todas las preguntas del libro las puedo contestar, porque queda en la memoria.

-Cuando se hizo la película, ¿a usted le preguntaron algo?

-Nada. Ahí vi que a mí me sacaban de abajo de una rama cuando le preguntaban a mi madre cuántos años podía tener yo. Ella dice: «Once años debe tener».

-¿Y no era verdad?

-Y, no, porque ella no sabía tampoco. Y no sabía hablar en castellano.

-Cuando la estrenaron, ¿vio la película?

-No, la vi muchos años después.

-¿Dónde la vio?

-Por televisión, cuando la pasaron. La pasan cada dos por tres.

-¿En las escuelas leen «Shunko»?

-Los directores, las maestras, me buscan. Una vez vino una directora de Tandil para que me conocieran los alumnos, como ellos estaban dando clase sobre ese libro. No fui, porque es perder tiempo.

-¿En la escuela usted hasta qué grado cursó?

-No tengo idea. No tenía grados. Era muy salvaje, me escapaba del maestro y me iba al monte. Después me aparecía con una víbora, con cualquier bicho salvaje, y ahí me perdonaba el plantón.

-¿Alguna vez lo volvió a ver?

-Tanto tiempo pasó que un día vimos una moto. Ibamos a disparar con mi primo, íbamos a meternos en el monte. Y mi primo me dijo: «No, no, parece que es el maestro». Y era él.

-¿Lo vieron?

-Sí, le dimos un abrazo, unos besos, estuvimos con él, conversando. Le dijimos: «Maestro, ¿cuándo va a volver?

-Después de que escribió el libro, ¿volvió a verlo?

-Nunca más lo vi.

Jorge W. Abalos murió en 1979. Era miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba. Fue vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Escribió muchos libros, entre otros, «Animales, leyendas y coplas», «Coplero popular», «¿Qué sabe usted de víboras?» y «Cuentos, con y sin víboras».

Pero para Benicio Palavecino sólo fue el maestro inolvidable.

-¿Qué le queda de él? ¿Qué le enseñó?

-A ser gente, saber respetar y hablar en castellano.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar

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