Con su rezo de este sábado en el que el Papa encabezó un encuentro interreligioso para pedir la unidad de las religiones contra el extremismo, Francisco logró el viejo anhelo de los 265 pontífices que lo precedieron: visitar la ciudad que, según la Biblia, fue la tierra del Patriarca Abraham, símbolo de unión entre cristianos, judíos y musulmanes.
Antigua ciudad central del imperio sumario hace más de 5.000 años, las denominadas «ruinas de Ur», tienen como figura central al denominado «Zigurat», un templo rodeado de escalinatas frente al que Francisco y los otros líderes se llamaron a ser «constructores de una sociedad mas justa y fraterna».
El «Zigurat», a la vez que muestra la imponente historia de una ciudad fundada hace 6.000 años y considerada una de las cunas de la humanidad, conserva también las marcas del mundo occidental, luego del bombardeo adrede sobre el complejo que en 1996 impulsó la administración demócrata del estadounidense Bill Clinton como parte de las operaciones para desestabilizar al régimen de Saddam Hussein.
Testigo del paso de sucesivos imperios en los últimos seis milenios, la visita del Papa a las ruinas de uno de los primeros núcleos urbanos de Mesopotamia, se inscribe sin dudas dentro de las páginas más relevantes del lugar que se erige en medio del desierto iraquí, a unos 20 kilómetros al suroeste de Nasiriya, en la zona Sur del país.
La primera visita de un Papa en la historia encontró una escenografía inédita: por primera vez, dentro de una serie de trabajos que incluyeron la pavimentación de 17 kilómetros de carreteras que eran de tierra y arena, las ruinas de Ur y su imponente Zigurat están iluminadas.
«Es un espectáculo para mostrar la antigua ciudad de Ur de la forma más bella», planteó con orgullo el director del Museo de Nassirya, Amer Abdul Razzaq ante la consulta de Télam en el lugar.
Pero la importancia de la visita a Ur no es solo histórica o geopolítica, dada su cercanía con Irán. Es también, y eminentemente, religiosa. Considerada por la interpretación más amplia de la Biblia como la Patria del Patriarca Abraham, referencia para cristianos, judíos y musulmanes, la historia de Ur encarna el espíritu interreligioso que es uno de los ejes centrales del viaje de Francisco.
En medio de un horizonte de beige y ocres, las vastas ruinas que sirven de marco al zigurat llevan de inmediato a la época de un imperio, el Sumerio, que dominaba toda la Mesopotamia a fines del siglo III A.C. basado en el dominio que le otorgaba el control de la denominada «medialuna fértil», entre el Tigris y el Eufrates.
La historia de los sucesivos imperios que se fueron asentando en la zona, evocable en cada paso, convive con el también visible paso del saqueo occidental: muchos de los tesoros que contenían una serie de tumbas de más de 4.000 años de antigüedad encontrados a inicios del siglo XX se muestran hoy en el Museo Británico, lejos del entorno en el que las primeras civilizaciones humanas comenzaban a concentrarse en ciudades.
Con la misma crudeza se pueden ver las huellas de las ofensivas estadounidenses de finales del siglo pasado. El imponente Zigurat, que sobrevivió a decenas de civilizaciones y erosiones naturales, no pudo evitar los kilos de metralla y bombas que le cayeron en septiembre de 1996 desde aviones extranjeros para amedrentar al régimen de Saddam Hussein, que caería finalmente en marzo de 2003. Alrededor del templo milenario todavía se ven los cráteres que dejaron las bombas alrededor del monumento y los impactos de ametralladora en sus paredes.
En torno al Zigurat, aún son visibles en la superficie seca y sobre la que el sol se refleja con fuerza, los trazos del diseño de la vieja ciudad sumeria: angostos callejones que servían de escueta separación entre las casas, construidas con ladrillos de barro cocido al sol y adobe.
Fuente: telam