«Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (10,1-10)

Jesús dijo a los fariseos: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz». Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.

Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo
he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia».

Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡feliz domingo para todos! Que la paz y la esperanza que nos regala el Señor Resucitado esté ahora y siempre con todos nosotros; y que la Virgen
María, con su amor maternal, nos lleve de la mano hasta el Cielo. ¡Amén! ¡Aleluya!
Hoy, celebramos con toda la Iglesia el cuarto domingo del tiempo de Pascua. Es un día especial dentro del camino de la Iglesia, porque es una jornada consagrada especialmente a la oración por las vocaciones. Hace cincuenta y siete años que los diferentes papas piden que nos unamos en oración para que todos los cristianos podamos escuchar el llamado que Dios nos hace a un modo de vida concreto, que puede ser laical o de especial consagración al servicio de Dios.

Dejaremos que, a lo largo de estos días, el Evangelio según San Juan ilumine esta hermosa verdad de fe que profesamos los cristianos: Dios no cesa de llamarnos a su encuentro en el servicio concreto a los hermanos.

La puerta

El Evangelio de hoy se enmarca dentro de una discusión que Jesús venía manteniendo con los fariseos, los líderes religiosos del pueblo. El Señor había curado, en sábado, a un hombre ciego de nacimiento. Pero, en vez de alegrarse con este hombre, lo interpelan duramente, afirmándole que Jesús era, en realidad, un endemoniado. Ellos creían que Jesús estaba en el error y ellos en la verdad.

Al enfrentarlo, Jesús les responde con un discurso hermoso, en el que se revela como puerta de las ovejas y el buen pastor (esto último abordaremos en el Evangelio
de mañana).

Ahora bien, ¿qué significa que Jesús sea la puerta? Jesús utiliza esta expresión dos veces en el Evangelio. En primer lugar, dice: “El que entra por la puerta es pastor de las ovejas” (v. 2); y luego afirma: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Si alguno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá, y encontrará pasto” (vv. 7.9).

Entrar por la puerta

San Agustín de Hipona, un gran Padre y Doctor de la Iglesia, comentó este pasaje, afirmando: “Entra por la puerta el que entra por Cristo, el que imita la pasión de Cristo, el que conoce la humildad de Cristo, que siendo Dios se ha hecho hombre por nosotros”.

Podemos afirmar que todos los cristianos hemos entrado por Cristo: por el bautismo que hemos recibido, como enseña San Pablo a los Romanos, “fuimos incorporados a su muerte (…) fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la portentosa actuación del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6,3-4).

En palabras de San Agustín, podemos afirmar que los bautizados hemos imitado la pasión de Cristo: al sumergirnos en el agua, hemos sido sepultados con el Señor; y al emerger de ella, hemos resucitado también con Él.

Ahora bien, hemos entrado por la puerta… ¿pero a dónde hemos entrado? El bautismo es llamado también “puerta de la Iglesia”, pues él nos ha incorporado a la gran comunidad de creyentes que profesan la fe en Jesús resucitado. Esta Iglesia es también llamada cuerpo místico de Cristo, pues Él es la cabeza que nos guía y nos lleva hacia el Padre.

Así, por Cristo hemos entrado en el gran corral de las ovejas: la Santa Iglesia
Católica; y por Él tenemos entrada a la Vida Eterna que nos da el Padre a través del Hijo
y en el Espíritu Santo.

Por eso, Jesús nos dice que Él es la puerta, y que entra por Él, estará a salvo. Cuando recibimos el bautismo, recibimos la vida eterna: nuestro pecado es perdonado y la gracia viene a habitar en nuestra alma. Dios mismo viene y construye su casa en nuestro corazón: “Vendremos a Él y haremos morada en Él” (Jn 14,23) dijo el Señor a sus discípulos. Entrar por él, en fin, nos garantiza vida en abundancia, la vida de Dios
desbordando en nuestra propia vida, porque para eso ha venido el Señor (Cf. Jn 10,10).

Entregar la vida

Esta vida en abundancia, sin embargo, no es para que nos la guardemos para nosotros mismos. Hay que aprender a comunicarla, a derramarla constantemente sobre
los demás.

El bautismo es el primer paso a cumplir un llamado que todos tenemos: ser santos. La vida cristiana no es solamente un cumplimiento de normas y preceptos, sino de una auténtica amistad con el Señor, que solamente se logra con la oración y los sacramentos. Al bautizarnos, comenzamos a transitar una peregrinación hacia la verdadera Tierra Prometida: el Cielo, donde estaremos junto a Dios.

Pero esa vida eterna, esa vida del Cielo, comienza ya en la tierra. El llamado a ser santos se concreta aquí y ahora. Por eso, es importante que nos animemos a rezar, pidiéndole al Señor que nos hable al corazón y nos diga qué es lo que quiere de nosotros, de qué manera quiere Él que concrete ese llamado a ser santo: si nos quiere casados, solteros, religiosos o sacerdotes. Esas son las formas concretas de transitar el camino de la santidad.

La vocación particular de cada uno de nosotros es la que nos garantizará felicidad, paz, unión del proyecto de vida con el proyecto de Dios. Por eso, hay que pedirle sabiduría para discernirlo, y fortaleza para cumplir con su voluntad. El Papa lo expresa magistralmente: “Navegar en la dirección correcta no es una tarea confiada sólo a nuestros propios esfuerzos, ni depende solamente de las rutas que nosotros escojamos. Nuestra realización personal y nuestros proyectos de vida no son el resultado matemático de lo que decidimos dentro de un “yo” aislado; al contrario, son ante todo la respuesta a una llamada que viene de lo alto.” (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones – 2020).

Invitación

La invitación para esta semana es tener un momento de oración en el que le pidamos expresamente al Señor que fortalezca a quienes han tomado la decisión de seguir un estado de vida concreto, de servicio a los demás en la vida matrimonial, en la vida sacerdotal o religiosa.

Y, si nos animamos un poco más, y si todavía no lo hemos hecho, podemos preguntarle con valentía al Señor: “¿qué quieres que yo haga? ¿En qué puedo ser útil a vos y a los demás?”. Si se lo pedimos con fe, el Señor nos va a iluminar el camino y el corazón, y nos dará la fuerza para buscarlo a Él en el servicio cotidiano.

¡Que Dios los bendiga a todos!

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