“Imágenes de nuestra identidad”

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Foto: Red Social Facebook

Es una chacarera simple que pertenece a Mario Ruiz en letra y la música es una composición compartida junto a Guillermo Corbalán. En esta obra el autor trata de generar imágenes acústicas en cada una de las estrofas, de esta forma describe y redefine la identidad del santiagueño a través de su interpretación.

 

En la primera estrofa (“Desafiando al silencio mi canto se irá, siguiendo la ruta de un sueño ancestral”) se pone de manifiesto el compromiso con la música popular de raíz folclórica y con la continuidad del mensaje tradicional por parte del artista ante el gran legado que dejaron sus antecesores, desde Don Andrés Chazarreta hasta los músicos contemporáneos que siguen nutriendo la música vernácula, y la historia rica que este desarrollo significa.

 

En la segunda estrofa (“Unción de los pueblos, la chacarera, repiques de bombos en el salitral”) se proclama a la chacarera como el ritmo que une a nuestros pueblos, no solamente en el interior de nuestra provincia, sino la hermandad que hay con todo el norte argentino y con toda Latinoamérica, ya que el compás 6/8 (y el 3/4 de la vidala) es común a todas las músicas de esta parte del mundo. El ritmo nos brinda identidad, nos hermana y nos redefine permanentemente, es la inquietud natural, la expresión musical primaria o “primitiva” que nace desde nuestro interior. Y el bombo es el instrumento ícono de nuestra cultura, un instrumento que se redefine como tal por su uso en estas latitudes con su origen africano.

En estas dos estrofas hay dos elementos similares en su sentido que forman parte de la idea-texto y son las palabras “silencio” y “salitral”, son usadas como común denominador para expresar la idea de la nada, de donde surgen la expresión folclórica, lo anónimo, la raíz y la voz del pueblo. El “silencio” como la quietud del aire en movimiento y los sonidos casi imperceptibles que dan lugar a la creación y a la recreación de la información que ya asimilamos en nuestra cultura popular como paisaje audible, el “salitral” como un gran desierto blanco donde surgen espejismos, donde se producen las imágenes del inconsciente, tal como una pantalla mental donde se proyectan las imágenes con la que convive el santiagueño y conforman su semiósfera.

 

En la tercera estrofa (“Dibujos de estrellas, el sueño rural, andando camino de nunca acabar”) se hace referencia a las noches en el campo o monte santiagueño, que por lo general en las estaciones cálidas son noches de patio. Aquí el firmamento es el gran techo del hombre para refrescar su descanso y previo a esto la conexión visual con las estrellas, seguramente elevando una plegaria o un rezo y también reflexionando sobre sus anhelos cotidianos, sobre su trabajo, las adversidades que enfrenta en lo inhóspito y las leguas que recorre diariamente para alcanzarlos.

 

En el primer estribillo (“Aromando el alba un tierno polear, canturrear del viento en el pichanal”) el autor describe una imagen natural del amanecer en el monte. El poleo (planta de hojas pequeñas, verdes y de olor agradable, que tiene unas flores de color azulado o morado formando racimos, que es abundante en el monte santiagueño y muy usada en infusiones) perfumando la frescura del amanecer gracias al viento suave que trae un alivio efímero ante el calor inminente y que produce su sonido sobre el pichanal (pequeño arbusto que crece de manera uniforme en el suelo santiagueño formando matas y que al ser agitadas por el viento producen un sonido similar al de las coníferas).

 

En la primera estrofa de la segunda parte (“Se viene la lluvia, un gallo al cantar, previene a los bichos de cansino andar”) la poesía describe en forma de fábula lo que acontece en el campo santiagueño ante la llegada de la lluvia y que sirve al hombre a través de su percepción empírica para pronosticar las precipitaciones y la llegada tan anhelada del agua, ya que tiene un valor preciado para la vida en zonas secanas por su escasez.

 

En la segunda estrofa de la segunda parte («Represas colmadas y trinos de paz, buscando equilibrio la tierra está”) se describe la escena posterior a los chaparrones del verano santiagueño. La represa que se llena y es una especie de oasis para los animales que el hombre cría y para las especies silvestres que habitan allí , la algarabía que se produce en ellos y que es acompañado por el trinar de los pájaros que concurren a este lugar para refrescarse. Aquí se produce el equilibrio natural, aunque sea por unos días, en medio de elevadas temperaturas.

 

En la tercera estrofa de la segunda parte (“Maduran los frutos, vamos a cosechar, esperanzas vivas, nutrido el maizal”) el autor se refiere a esta imagen tan esperada, cuando los frutos están listos para ser cosechados, ese sueño que se hace realidad y que llenará las trojas para el sustento diario en los próximos meses. El maíz como esperanza viva en los cercos de los pueblos latinoamericanos, poniéndole su colorido al paisaje agreste santiagueño es sinónimo de prosperidad y abundancia por compartir con todos los seres que habitan ese pequeño universo.

 

En el segundo estribillo (“Riquezas del pago, pura identidad, no las borra nunca un tiempo global”) el autor define a estas imágenes, anteriormente descriptas en cada una de las estrofas, como las riquezas de las que se nutre la cultura popular del santiagueño y sobre todo la del hombre que habita el interior, donde este minimalismo toma un profundo sentido, donde su forma de vida se traduce en esta expresión artística y donde esta cultura es su vida misma. Es así como hoy vive el santiagueño, aún en tiempos donde la globalización propone otros usos, redefiniendo así su identidad. Desde el hombre que vive en lo inhóspito del monte, el que vive en áreas rurales, semis urbanas hasta llegar a la ciudad, donde se conserva el patio, los mitos, leyendas y las creencias religiosas de una cultura ancestral fuertemente marcada, y que seguramente será enriquecida y re difundida por el uso actual de la información.

 Por Mario Ruiz

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