«Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre»

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Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (5, 38-48)

Ustedes han oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente». Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte
la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina
dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo»; y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

Palabra del Señor

Comentario

¡Buen domingo para todos ustedes, hermanos en Cristo! Que el amor de Dios y de la Virgen María, nuestra Madre, esté ahora y siempre con todos nosotros. ¡Amén!

Hoy, estamos celebrando el séptimo domingo del tiempo ordinario. Han pasado ya siete domingos desde aquella fiesta del bautismo del Señor, y estamos a escasos días de comenzar el tiempo de cuaresma.

Continuamos leyendo este capítulo quinto del Evangelio Según San Mateo: Jesús ha comenzado su ministerio público con una predicación que Mateo ha ordenado en tres capítulos continuos, y que hoy conocemos como Sermón de la Montaña o Discurso Evangélico. El domingo pasado, la Iglesia nos ha propuesto continuar meditando cómo la justicia nueva de Jesús es superior a la antigua, caracterizada esta última por ser demasiado comentada y glosada por los sabios de Israel. Este domingo, meditamos la segunda mitad de este largo discurso sobre la justicia del Nuevo Testamento.

Ley del Talión

En el libro del Deuteronomio existe un código, es decir, una serie de preceptos y leyes que debía cumplir el pueblo de Israel. En el capítulo 19, se deja ver una intención de elaborar una legislación penal. Una de las funciones de los jueces, descrita en estos pasajes, era la de indagar a fondo la veracidad de los testigos. Si uno testificaba falsamente contra un israelita, entonces los jueces debían “hacer con él lo que pretendía hacer con su hermano” (Dt 19,19). Todo esto se hacía con el único fin de “hacer desaparecer el mal de en medio del pueblo”, pues “cuando los demás se enteren, temerán y no volverán a cometer una maldad semejante.” (Dt 19, 19-20)

El punto culmen del capítulo dice: “vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”. Esta es la famosa “ley del talión”, prescripta con el fin de limitar las venganzas a un punto justo para evitar que cualquiera se propasara y cometiera una injusticia aún peor que la afrenta recibida.

Nosotros también tendemos, muchas veces, a exacerbarnos frente a las injusticias que cometen contra nosotros. Es comprensible: no somos de piedra. Y queremos justicia, reclamamos por ella.

No quiero juzgar ni determinar quién es culpable ni nada por el estilo, y mucho menos quiero fomentar la toma de bandos ni de posiciones. Lo único que pretendo es dar un ejemplo claro: un joven en un boliche derrama por accidente un poco de whisky carísimo sobre la camisa de un desconocido. De repente, once personas terminan con la vida de este muchacho a patadas en las costillas y en la cabeza. ¿No suena a un caso conocido? ¿Desde cuándo una botella de whisky vale más que la vida humana? ¿Un accidente tan insignificante (porque tranquilamente podrían haberse comprado otra botella) justifica semejante agresión? La sociedad de estos días está así: nos alteramos por todo. Y somos capaces de vengarnos siete veces de una cuestión que no podemos dejar en el olvido.
Jesús nos invita a contemplarlo a Él: que no solamente fue abofeteado injustamente por un guardia al momento de su enjuiciamiento. Y Jesús, reclamando abiertamente justicia, dijo: “¿por qué me pegas?” (Jn 18,23). Sin embargo, no devolvió mal por mal. Al contrario, venció el mal a fuerza de bien, reclamando justicia (que es un bien) y evitando la venganza y conservando así la paz en su corazón.

Hijos de Dios

Dice Santo Tomás de Aquino: “Ahora enseña que deben dispensarse afectos de caridad y obras de benevolencia a los que nos ofenden con cualquier injuria. Y así como lo primero es el complemento de la ley de justicia, así esto último es el complemento de la ley de la caridad, que es la plenitud de la ley.”

En esta frase se sintetiza todo el mensaje: no se trata solamente ya de no oponer resistencia, sino de estar preparados para amar a los enemigos, rogar por los que nos
persiguen, así seremos Hijos del Padre que está en el Cielo.

Esta es la exigencia más pesada, y quizá hasta nos parece imposible de cumplir.

¿Cómo Jesús va a obligarnos a amar al enemigo? Hay que desprendernos de una idea
del amor meramente sentimental, o de considerar que solamente hay amor entre familiares y amigos. El amor que aquí nos manda Cristo es el amor llamado agape, o caridad. La caridad no consiste solamente en actos de solidaridad, es un amor profundamente entregado. El ejemplo más claro e insuperable es la Cruz. Jesús murió por todos nosotros, incluso murió por aquellos mismos hombres que lo acusaron, negaron y crucificaron. Él entregó su vida para su salvación. No los quiso por buenos ni por fuertes ni por política. Los amó porque sí. Y nos ama a todos porque sí. Porque el Amor que el Padre tenía al mundo estaba también en Él como Hijo, Él nos amó con un amor insuperable, máximo.

Nosotros también estamos llamados a ser imitadores de ese amor: hay que pedirle a Jesús que nos enseñe a amar como Él, a que nuestro corazón sea semejante a su Sagrado Corazón. De esa manera, procurando siempre el bien de los hermanos, viviremos esa caridad que Cristo quiere que vivamos.

Invitación

La invitación para esta semana es pedirle la gracia a Jesús de una verdadera caridad. Pedírsela en un momento de oración que tengamos a lo largo de este día o de la semana. “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”. Que Él sea nuestro maestro a la hora de aprender a amar a los demás.

Podemos incluso traer a la memoria y al corazón a ese hermano o hermana que no nos cae bien, o que alguna vez ha tenido una actitud fea o ha cometido una injusticia con nosotros. Y decirle al Señor: “ayudame a perdonarlo y a querer el bien para él o ella”.

Cuando los vínculos caídos se restablecen con la paz y la caridad que solamente Cristo puede ofrecer, es cuando más significativos se vuelven para nosotros.

¡Feliz domingo para todos!

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