Por Sergio Sayavedra
Paraje Lote 70, distante a 50 kilómetros de Añatuya. Amanecer del 25 de diciembre de 2020.
Hay miradas preocupadas y clima tenso en la vivienda de Anabela Orellana. Su embarazo llegaba a término con muy buenas expectativas, y el instinto único de madre le indicaba que la hora del parto era inminente.
¿Pero que les preocupaba tanto?
El clima había desmejorado, y una torrencial lluvia se abatia en esa zona. Sabían que si no cesaba el aguacero se complicaria salir hasta la ruta. El camino de tierra que debían recorrer era de cerca de 30 kilómetros. Pero el nuevo ser, quería ver la luz…
Las contracciones propias del parto, eran progresivas e intensas, y Anabela sabia que mucho más no podía esperar.
-¿y si lo hablamos a Cristian? El tiene la camioneta y es más seguro que nos pueda sacar-
Y Cristian Belén, el vecino, no dudó un instante… la única duda era saber si iba a poder lograr el objetivo… sabía de lo «pesado» que se pone el camino tras las lluvias.
Subieron al rodado mamá Anabela, papá Diego Roldán y tia Patricia Roldán.
Eran cerca de las 10, y Cristian venía «barreando» y tratando de mantener el vehículo en el centro del camino, pero quienes alguna vez manejaron en el barro, saben que si se te cruza y se van a la cuneta… es complicado salir… y eso pasó. Justo 12 kilómetros antes de llegar a Pradera el 25, sobre ruta 92.
Pala en mano, comenzó el trabajo para poder ‘sacar’ el rodado. La lluvia no cesaba. Al trabajo se sumó el otro tío, Mario Roldán, que llegó acompañado de José Escudero, otro vecino del lugar, y Tana Mansilla que hacía el ‘apoyo logístico’ buscando otra alternativa para ayudar en la situación. Estuvieron 2 horas 40 minutos «remando en el barro» literal.
Emplearon todos los «métodos» utilizados en estas contingencias, pero la Hilux estaba empecinada en no ‘salir»…
Contrario al empecinamiento de la niña, que habrá pensado: «señores… si ustedes no pueden llegar al hospital no es mi problema. Yo nazco aquí» Y así fue.
Anabela cruzó mirada con su cuñada, y Patricia supo que debía ponerse «mano a la obra». Y no lo pensó (a pesar que nunca antes había tenido una experiencia similar), sabía que debía oficiar de «partera».
12.41 hs. Mediodía de Navidad. 12 horas después de que gran parte del mundo celebrará el nacimiento del hijo de Dios, en medio de la soledad del monte santiagueño, en el asiento de una camioneta, rodeada de tierra arada, árboles y pájaros que revoloteaban contentos por la lluvia, nació Luciana Yanet.
El silencio se apoderó del grupo reducido de personas. Cesaron las ‘paladas’ y el chapotear de los pies en el barro… hasta que el llanto de la pequeña reanudó la realidad… y ahí entonces fue el momento de las risas y lágrimas contenidas.
Luciana había nacido. Todo parecía irreal. A los pocos minutos ya estaba abrigada y ‘prendida’ del seno de su madre.
Rato después llegó Miguel Sosa, poblador de la Pradera el 25, que con un tractor enganchó la camioneta y la sacó del lugar para que pudiese proseguir viaje hacia el hospital de Añatuya, dónde llegaron y fueron atendidos por los profesionales del nosocomio, quienes determinaron que tanto la niña como la madre gozaban de buena salud.
Luciana llegó a este mundo con 3.680 kilogramos, y con una historia que seguramente será contada en sus futuras generaciones: el haber nacido un día de Navidad, en una jornada de lluvia, en medio de un camino poco transitado, rodeada de personas valientes y del trinar de los pájaros.