Uno de los lugares más sagrados de los bandeños quizás sea la pasarela de la Alem, que ahora nadie usa porque es más fácil y menos riesgoso pasar por abajo que tomarse el trabajo de trepar de un lado y apearse del otro. Chito Martínez decía que era un símbolo de la historia de este pueblo. “Existe porque había una ciudad que no quería andar dando la vuelta”, graficó una noche de filosofía. Pero eso lo sabía cualquiera.
Como tantos otros sitios de la Argentina, varios factores se dieron juntos para hacer de La Banda esa ciudad pujante que es hoy, sostenía Chito. Por un lado su cercanía con el río Dulce y la Capital, pero también el tren y el haberse convertido en la sede de la región más productora de la provincia, la convirtieron en un punto estratégico que hacía foco quizás en la confitería La Alhambra en el paso a nivel sur o tal vez en Turichi, donde iban a refrescarse los obreros del riel cuando salían del trabajo.
Hoy muchos ignoran el origen de la ciudad en que viven ,eso que trabajan en el mercado Unión, comercios, oficinas públicas, talleres, estaciones de servicio, calesita del veredón, heladería Roma o el club Sarmiento, Central Argentino, Agua y Energía, Olímpico, Tiro Federal o tantos otros que animan el deporte y la sana diversión que crece a su vera. O cruzan el río para buscarse la vida, estudiar o criar sebo en Santiago o van a Clodomira o Fernández a enseñar, vender sus mercaderías, atender las fincas.
Cualquier lugar tiene derecho a proclamarse centro del universo, de Nueva York a Estambul, de Atamisqui a Pekín y de Anchorage a Beirut, simplemente porque el mundo es redondo, igual que una pelota de fútbol. Para el amigo Chito ese punto del planeta fue aquella vieja casona de la calle España que alquilaba a duras penas para no morir de angustia. De noche, el orbe trasladaba su sede a la parrillada de la Selva o al bar de Camilo si las finanzas no daban para una parrillada. Y hoy que falta Chito, cuando voy a La Banda siento que no tengo algo, voy de aquí para allá sin saber dónde quedar, porque alguna vez también fue mía esa estación de trenes tan universal, lejana y sola.
Comiendo locro. Chávez de la San Martín.
Autor: Juan Manuel Aragón
Fuente: http://juanaragon.blogspot.com.ar/