«Este es mi hijo muy querido»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO 

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (3,13-17)

Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!». Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió.

Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».

Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡Feliz domingo! Que el Señor, que se hizo niño en el seno de María Virgen para hacerse también nuestro hermano, esté ahora y siempre con cada uno de nosotros; y que la protección y el amor de la Santísima Madre de Dios nos lleven de la mano hasta el Cielo. ¡Amén!

Hoy, la Iglesia está cerrando el Tiempo de Navidad, comenzado el 24 de diciembre por la tarde, y que se extendió durante poco menos de un mes. Pasamos por muchas fiestas y solemnidades que nos han alimentado el corazón con la esperanza que solamente Dios puede darnos, porque Él está en medio de su pueblo siempre, no nos abandona ni nos desprecia a pesar de nuestros pecados y limitaciones. ¡Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo!

El Tiempo de Navidad siempre se clausura con la Fiesta del Bautismo del Señor, un bautismo que recibió el mismo Cristo de manos de San Juan Bautista.

El bautismo de Juan

El capítulo tercero del Evangelio según San Mateo nos relata cómo, por aquellos días, apareció Juan el Bautista, vestido pobremente y alimentado de langostas y miel. Él
es identificado como “aquella voz del que clama en el desierto: ‘preparen el camino del
Señor’.” (Is 40,3). Él es el precursor, el que debía venir antes de Cristo, el último profeta, el elegido para anunciar la inminencia de la llegada del Señor. Él predicaba a orillas del río Jordán e insistía a sus oyentes: “ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,10).

Con esta exhortación, Juan administraba un bautismo de penitencia, que no confería una gracia, sino que era solamente una preparación al bautismo verdadero, con Espíritu Santo y fuego, con el agua viva que solamente Cristo podía administrar. Esta preparación se efectuaba mediante una predicación de Juan que movía a la fe en Jesús, un acostumbramiento al rito de bautismo que luego administraría la Iglesia, y una invitación a pedir perdón a Dios por los pecados.

Sin embargo, durante los primeros años de la Iglesia, los primeros predicadores enseñaban que Cristo no había tenido nunca pecado, por lo que también tuvieron que leer nuevamente este pasaje del Evangelio para interpretarlo desde esa clave de Cristo puro e inocente. El problema era: si no tenía pecado, ¿para qué recibió el bautismo de Juan, que supuestamente era de penitencia y preparación?

El bautismo recibido por Jesús

El Evangelio nos narra como Jesús llega al Jordán para ser bautizado por Juan, “pero él trataba de impedírselo y le decía: ‘Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!’” (v. 14) Aquí, Juan reconoce que el bautismo dado por Jesús era superior al suyo.

Jesús le respondió: “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo” (v. 15). Notemos aquí que no sucede como con los otros que querían bautizarse. El rito de Juan necesariamente incluía una confesión de los pecados antes de la inmersión en el agua. Jesús no lo hizo porque no le era necesario. Pero, como explica San Pablo en su segunda carta a los Corintos: “Cristo, que no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que pudiéramos ser justos ante Dios” (cf. 2 Cor 5, 21). Así, identificándose con nosotros, pobres pecadores, Jesús se puso como modelo nuestro, y recibió el bautismo de Juan para inaugurar el verdadero bautismo: el que han recibido todos los cristianos durante todos los siglos gracias a la Iglesia.

San Agustín explica un detalle muy importante sobre este acontecimiento: “El Salvador quiso bautizarse no para adquirir limpieza para sí, sino para dejarnos una fuente de limpieza. Desde el momento en que bajó Cristo a las aguas, el agua limpia los pecados de todos.” El poder del agua agua, como le gusta explicar a un profesor de patrística del Seminario de Tucumán, ha sido llevado hasta la plenitud gracias a la obra del Cristo y de su Espíritu Santo: no solamente puede limpiar el cuerpo, ahora también puede limpiar el alma.

Nuestro bautismo

Pienso que todos los que leemos este comentario hemos recibido el sacramento del bautismo, ya sea de pequeños o de grandes. Pero no ha sido solamente un rito, o un
deber, o un cumplimiento de normas o de imposiciones sociales. El bautismo, como
todo sacramento, nos ha dado la salvación y el poder ser hijos de Dios. Desde los comienzos de la Iglesia, el agua del bautismo ha lavado y purificado las almas de
infinidad de personas, y les ha dado la filiación divina. También nosotros hemos entrado
a formar parte de la familia de los hijos de Dios y de nuestra Madre Iglesia. Todos
nosotros hemos recibido “el Espíritu de Dios que bajaba como una paloma” (v. 16) y
hemos escuchado en nuestro corazón: “este es mi hijo muy amado, en quien me
complazco” (v. 17). ¡Somos verdaderamente hijos de Dios por el bautismo! Además, “por medio del bautismo fuimos sepultados con Cristo en su muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos gracias al Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.” Así explica San Pablo a los Romanos (6, 4) el bautismo que han recibido gracias a la Iglesia. Todos nosotros hemos muerto con el Señor, y hemos resucitado con Él para que ya no seamos esclavos del pecado ni de la muerte, sino para ser partícipes de la gracia y de la Vida Eterna.

¡Somos HIJOS DE DIOS por el bautismo! ¿Cómo seguir entonces haciendo lo que desagrada? ¿Cómo seguir adelante en nuestro afán de querer hacer siempre la nuestra, perjudicando a los demás al pensar solamente en mi beneficio y bienestar? ¿Cómo ignorar que Dios está presente siempre con nosotros, entregándonos su amor en medio de las dificultades? ¿Cómo dejar de lado la oración, que es la conversación con nuestro Padre del cielo? ¿Cómo evitar la Misa, cuando en ella se actualiza nuestro bautismo por la muerte de Cristo en el altar? ¿Cómo seguir pactando con el mundo, asumiendo sus criterios egoístas y mezquinos? ¿Cómo no respetar a nuestros hermanos, incluso a los que todavía no han nacido? ¿Cómo podemos seguir permitiendo que los demás padezcan el hambre o la desnudez? ¿Cómo seguir ignorando los asesinatos, los homicidios, los femicidios, las agresiones, los malos tratos, la violencia y la guerra?

¿Cómo seguir viviendo la comodidad del cumplimiento cuando falta el amor que debemos manifestar a Dios atendiendo a nuestros hermanos y sus necesidades?

Nuestra alma y nuestro cuerpo han sido lavados y purificados por el agua del bautismo, y hemos sido contados entre el número de los hijos de Dios. Cuando descubramos que somos la gran familia de los hijos de Dios, y que todos, bautizados o no, tenemos a Cristo por imagen y reflejamos su bondad en muchísimos aspectos de nuestra vida, entonces podremos vivir un poco más en paz, como una verdadera familia.

Invitación

La invitación para esta semana es doble. Por un lado, ¡qué bien nos hará a los cristianos recordar esta gran verdad: que somos hijos de Dios! Por eso, hay un pequeño ejercicio piadoso que podríamos comenzar a lo largo de estos días: agradecer a Dios todos los días, al levantarnos, por habernos llamado a ser hijos suyos. Podemos decirle: “Señor, te doy gracias por tu amor, porque me has hecho tu hijo y me has librado del mal”. Incluso, hasta podemos acercarnos a la parroquia donde fuimos bautizados y preguntar por nuestra “fecha de nacimiento en la fe”. ¿Qué día recibimos el sacramento?

En segundo lugar, si conocemos a alguien que acaba de tener familia, ofrezcamos nuestra ayuda sobre todo con el papeleo o con la colaboración económica del bautismo. No nos dejemos llevar por aquellos “teólogos virtuales” que opinan que el bautismo de niños es una imposición. No creamos que la expresión “que elija de grande si quiere bautizarse o no” es correcta. Santo Tomás lo explica muy bien, así que nos robaremos su idea: cuando un bebé nace, necesita alimentarse; y no decimos “que elija de grande si quiere alimentarse o no”. Directamente la mamá le da la teta o la mamadera. Así también funciona el espíritu humano: debe ser alimentado desde la más tierna edad con el alimento de la vida eterna. Por eso, no solamente necesita, sino que también merece recibir el sacramento del bautismo. Que nosotros ayudemos a que un niño o niña pueda ser bautizado, es un gran mérito que Dios siempre tendrá presente.

Aprovecho el espacio para enviar un saludo a mis ahijadas de bautismo: Candela e Ivana. Esta última, recibió el bautismo de grande, luego de que Dios tocara su vida para siempre.

¡Feliz domingo para todos!

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