«He venido para cumplir la Ley»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO 

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (5,17-19)

Jesús dijo a sus discípulos: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una ‘i’ ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.

”El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros
a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el
que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.”

Palabra del Señor

Comentario
Luego de haber enunciado las bienaventuranzas, retrato de Jesús y modelo de vida cristiano; y después de habernos invitado a reconocer la grandeza de nuestra vocación bautismal con la comparación de la sal y de la luz; el Señor nos invita ahora a contemplarlo como el Dios-con-nosotros, que nos quiere libres de la mera letra para vivir en el Espíritu.

De hecho, la vivencia de la Ley que Dios le había dado al pueblo por medio de Moisés, había sido reducida a un objeto de “cumplimiento” (casi de “cumplo y miento”). Pero Jesús viene a dar el verdadero cumplimiento. Por ser Dios, exige que hasta lo más pequeño de la Ley se cumpla, no como una imposición externa, sino con amor y libertad. En los próximos versículos, Jesús desmenuzará cada mandamiento para sacar a relucir la verdadera raíz de su exigencia: no el temor al castigo, sino el amor a Dios y a los hermanos.

Sucede como nos explica San Jerónimo: las linternas de Moisés y los profetas quedan difuminadas cuando sale el sol de justicia; así, las útiles luces que en otro tiempo iluminaron la fe de Israel, ahora ceden ante la Luz de las naciones.

Todos nosotros estamos llamados a observar una vida cristiana, haciendo lo que Dios considera bueno y evitando lo que Dios considera malo. Es un camino constante, donde muchas veces encontraremos tropiezos y problemas. Pero la humildad para reconocer nuestros errores nos prepara el alma para recibir el perdón y la fortaleza que vienen de Dios. Así, cumpliendo los mandamientos con amor y libertad, y enseñándolos a los demás a hacerlo, alcanzaremos la vida eterna.

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