La mayoría silenciosa entró en acción para decirle no a la independencia de Cataluña

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Al independentismo le floreció ayer un rival en el territorio que dominaba en exclusiva: la calle. Los catalanes que defienden la unidad de España, hasta ahora callados y dispersos, desbordaron el centro de Barcelona para exigir el fin del proceso de ruptura.

Un nuevo actor político irrumpió así en el conflicto, cuando faltan apenas 48 horas para que el presidente regional, Carles Puigdemont, comparezca en el Parlamento con la intención de proclamar la fundación de la república catalana, en abierto desafío a la legalidad vigente y sin el respaldo de una mayoría clara de la población.

Tendrá que tomar nota el gobierno separatista. Una semana atrás, cuando se celebró el accidentado referéndum sobre la independencia, era inimaginable que cientos de miles de personas -un millón según los organizadores- marcharan por Barcelona con banderas de España. Gritaban su «miedo» a un enfrentamiento social y su hartazgo con el discurso nacionalista.

La magnitud de la manifestación dejó mudos a Puigdemont y sus socios, golpeados ya por la fuga en masa de grandes empresas radicadas en Cataluña. Lo nunca visto sigue pasando desde que anunciaron que llevarían hasta el final el plan para declarar la independencia.

El éxito de los convocantes a la marcha bajo el lema «¡Basta! Recuperemos la sensatez» consistió en exhibir al mundo que existe otra Cataluña. Ponerle rostros y dimensión a esa «mayoría silenciosa» de la que tanto se habla.

Si se cambiaban las banderas (españolas, senyeras y europeas, en lugar de esteladas), las fotos de las calles de la ciudad podrían confundirse con aquellas de las grandes celebraciones separatistas del Día Nacional.

La organización civil Societat Civil Catalana (SCC) se propuso un desafío que sonaba utópico. Lo ayudaron en la misión el Partido Popular (PP) y Ciudadanos (C’s). El presidente Mariano Rajoy expresó su beneplácito por Twitter. El socialismo dio un apoyo a medias, aunque aportó el último orador del acto: el ex presidente del Parlamento europeo Josep Borrell.

El primero en hablar fue el escritor Mario Vargas Llosa. «El nacionalismo ha llenado la historia de Europa de guerra, de sangre y de cadáveres -dijo el premio Nobel de Literatura-. Desde hace algún tiempo el nacionalismo viene causando estragos también en Cataluña. ¡Estamos aquí para pararlo!»

Las palabras de Vargas Llosa interpelaban también a la España que reniega estos días de los secesionistas y se enardece en su propio fervor nacionalista.

«La democracia está aquí para quedarse y ninguna conjura independentista la destruirá», insistió el escritor desde el escenario ubicado frente a la Estación de Francia. «¡Aquí estamos / hemos despertado!», se oía desde la multitud.

La marcha había discurrido desde la plaza de Urquinaona por la Via Laietana. Pasó por delante de la Jefatura de la Policía Nacional, donde días atrás miles de independentistas habían protestado por la represión en los colegios durante el referéndum. Los manifestantes de ayer se paraban a abrazar a los agentes. «¡Esta es / nuestra policía!», gritaban.

Existía temor de un choque con grupos del separatismo. Pero hubo un enorme celo del gobierno catalán en evitarlo, con ruegos a que sus simpatizantes se quedaran en casa. No siempre de buen modo. El cantautor y diputado Lluís Llach escribió en Twitter: «Dejemos las calles de Barcelona vacías. Que los buitres no encuentren comida».

Voluntarios de la SCC se movieron para evitar que ninguno de los asistentes portara banderas fascistas que enturbiaran el mensaje de unidad.

El clímax fue el discurso de Borrell, un político de 70 años, con una solidez argumental muy por encima de la media española actual. Habló en cuatro idiomas -catalán, castellano, francés e inglés- y recordó por momentos la irrupción decisiva de Gordon Brown en la campaña en favor de la unidad británica antes del referéndum separatista de Escocia.

Abogó por el respeto de la pluralidad y por acabar con el mito de que los separatistas son mayoría en Cataluña.

«Nos estamos haciendo daño entre nosotros -enfatizó-. Estamos en el límite de un enfrentamiento cívico. Si se declara la independencia de forma unilateral este país se irá por el precipicio. No lo deje caer, señor Puigdemont.» Surgió de la calle un grito atronador: «¡Puigdemont / a prisión!» Borrell los cortó: «¡No gritéis como la turba en el circo romano! A la cárcel solo van los que dicen los jueces».

Les apuntó también con dureza a los banqueros que ahora mudan sus sedes de Barcelona, asustados por la crisis. «¿No lo podíais haber dicho antes? -dijo- Todo lo que decíais en privado, ¿por qué no lo hacían público? Si lo hubiesen dicho, esto tal vez no estaría pasando.» Al resto de los españoles les pidió: «Nada de boicots ni ofensas».

La marcha se disolvió sin incidentes. Con miles de catalanes que se descubrían en un lugar desconocido. Temerosos de las horas que vienen, pero con el alivio de verse al fin representados. Lo decía el manifiesto que se leyó al final del acto: «Se acabó la marginación, tenemos derecho a ser escuchados y a ser tenidos en cuenta».

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