Los Carabajal abren los festejos por sus 50 años

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Tal vez es ese rasguido, el primero, que se descarga sobre la quietud a mano llena, vigorosa, y que despierta a la chacarera sobre un acorde dominante, es decir, con un gesto de tensión, de expectativa, que después el ritmo y las voces se encargan de sostener a lo largo de un intenso paisaje de tres minutos.

O quizá son los modales sencillos, pero cargados de sentido y de energía para ejercer la pasión original con que la vida (la ciudad de la Banda, los mayores, la familia, los amigos el aire santiagueño) los ha echado al camino. Lo cierto, y siempre difícil de precisar, es que cuando Los Carabajal comandan un escenario, un rumbo elemental de la chacarera parece llegar con la brisa.

El nombre está escrito en el documento de la música santiagueña, en la manera de cantar, guitarrear, sentir y contar lo que se siente de una de las culturas provincianas más fecundas del país.

 
Los Carabajal son una familia bandeña portadora de un profundo saber argentino, y ellos, el grupo, asumen el apellido común, el de la identidad con la que se asomaron al folklore, no sólo por sostener la tradición de andar escenarios sino acaso porque representan la necesaria concentración de esa esencia.

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En julio próximo, la historia de esta conjunto señero alcanzará la costa del medio siglo. Desde aquí y hasta le final del 2017, los muchachos se han propuesto atravesar los días en un acto constante de celebración.

Los hermanos Kali (el único presente de la primera formación de 1967) y Mario o “Musha” (que ingresó en 1968, son la base de referencia, parte de la segunda generación de artistas de la familia que siguieron el paso de los pioneros del clan musical: Agustín y Carlos. Y en esta etapa, una de las más afirmadas del grupo, el universo lo completan Walter (hijo de Kali, con casi 20 años en el grupo) y Blas Sansierra, el más joven, único extra familiar pero también bandeño, que es como decir de la familia extendida.

“Todo el año es Carabajal”, es la consigna, que ya comenzó a ponerse en práctica apenas despuntado enero, con una presentación en Monte Quemado, en la antesala del paso del Rally Dakar. Y esta noche, en Jesús María, llegará la primera ocasión de festejar bajo el cielo grande de los festivales.

Un hito cultural

Los lengüetazos ardientes del aire santiagueño pueden sentirse a la distancia: el sofocón marca más de 60 grados de sensación térmica. En la antesala de la siesta, Mario “Musha” Carabajal, con esa manera suya de echar mantos de afectos sobre los días del presente, del ayer y sobre todo del después, repasa la inmensidad de medio siglo, que breve parece una vez que se lo ha visto transcurrir.

“En estos días aquí, en La Banda, hablábamos con Juan Saavedra (el “Bailarín de los montes”, que los acompañará en el festejo que se hará en el escenario de Cosquín) y serenamente nos decíamos que más que artistas, nosotros hemos sido trabajadores de la cultura. Creo que esto que sucede hoy, los 50 años del conjunto, es un hecho cultural para el género, para el país; es decir, va más allá de nosotros, que tenemos la dicha de estar dentro de esta historia”.

Entonces, sentado en la costa del presente, se ve a sí mismo en el viaje. “Es muy fuerte, porque al recorrer los recuerdos hasta los primeros momentos, uno va reconociendo un montón de situaciones por las que hemos atravesado, muchas muy buenas y algunas no tanto, por supuesto. Perro siempre hemos hecho las cosas con mucha transparencia, y entiendo que hemos sostenido una misma manera de ser, lo que no suele ser fácil a través de tanto tiempo. No la hemos cambiado; confiamos en ella”.

Sí, Los Carabajal tiene la llave del cofre. Pero nunca las venturosas trayectorias artísticas se explican sólo por razones tan evidentes como ese apego a un estilo de tocar y sentir, sino que siempre hay una dosis de misterio que hace que las fórmulas nunca puedan repetirse.

En algo de eso pensaba Kali hace unos meses, en una de las visitas del grupo a Córdoba. Aunque en este caso era sobre la salud de la vigencia.

“No nos damos cuenta de algunas cosas, pero de otras sí. Por ejemplo, cuando empezamos a analizar la cuestión de la trayectoria del camino recorrido, uno mentalmente recorre un montón de momentos y llega a la conclusión de que el gran misterio de todo eso es haber logrado que distintas generaciones se identifiquen con el canto, con la música, con el mensaje de Los Carabajal”.

Kali y Musha son hijos de Enrique, a su vez, uno de los doce hijos de don Rosario Carabajal y de doña María Luisa Paz (la legendaria abuela), los fundadores de la estirpe. Enrique ya era músico, tocaba el bombo, la batería y el contrabajo, y formaba parte de la orquesta que acompañaba a las celebridades del tango que llegaban de Buenos Aires, como Roberto Goyeneche.

Kali está desde la formación que salió al ruedo en 1967 junto a Agustín, Carlos y Cuti (los tres, hermanos de Enrique). Musha entró en 1968, primero reemplazando a Cuti, convocado a la colimba. Agustín y Carlos eran los mayores, los mentores.

“Nunca me dijeron: ‘Tenés que hacer esto’. Simplemente te mostraban cómo eran las cosas. El verdadero maestro no es el que te quiere obligar a que sientas algo, sino que hace que se te despierte ese sentimiento. Hemos recibido enseñanzas puras, una manera de sentir amor por lo que se hace sin posturas algunas”.

Clásicos nuevos

Agustín, que pasó por Los Cantores de Salavina y luego por Los Manseros Santiagueños, es uno de los nombres claves del folklore santiagueño. “Marcó el inicio el inicio de un rumbo nuevo donde el folklore ya no sería de exclusiva producción de las clases más acomodadas sino que también se vería representado por artistas provenientes de las barriadas más populares”, dice sobre el autor de Pampa de los guanacos, el poeta y escritor Adolfo “Bebe” Ponti en su gran libro Historia viva de la chacarera.

Kali y su guitarra son herederos del estilo único que trazó Agustín. “Antes el rasguido era como un chasquido; él también fue quien impuso la idea de comenzar por el acorde dominante”, cuenta Musha.

Mientras tanto, Carlos Carabajal con su gran inspiración en sociedad con el poeta Pablo Trullenque echarían las bases de una concepción temática diferente del decir de la chacarera, que ya no sería sólo de coplas arracimadas (La pucha con el hombre, Entre a mi pago sin golpear).

Por el conjunto también pasaron Roberto y Peteco, y otros ya no familiares como Mono Leguizamón, Mario Álvarez Quiroga y Lucio Rojas, entre tantos.

Entre los 49 discos que llevan editados hasta aquí, un gran punto de inflexión fue el disco Como pájaros en el aire (1985), con la formación: Kali, Musha, Peteco y Roberto. “Fue un disco de temas, sobre todo de Peteco, que se hicieron clásicos: Como pájaros en el aire, Perfume de carnaval, El bailarín de los montes, Digo la mazamorra. Fue un quiebre en varios sentidos, pues no se perdió el sonido Carabajal, pero si se actualizaron instrumentos, como que para grabar le pedimos a León Gieco una guitarra Ovation. Incluso, en ese momento dejamos de vestirnos de gauchos”, evoca Musha.

Después de Los Manseros…, es el grupo más longevo del folklore argentino. En este tiempo, la savia familiar se prolonga en Walter. “Ha crecido escuchando nuestra música; ha compartido con Peteco, ha conocido a Carlos…”. Y de Blas, dice Musha: “Con su timbre de voz se ha recuperado un sonido Carabajal. Es un músico de La Banda que sabe la historia, conoce el paisaje, la idiosincrasia, tiene el acento…”.

“Todo el año es Carabajal”, dice la consigna, o mejor, la promesa. Así será, en infinitos escenario del país. Es que es como dice Musha: los 50 años de Los Carabajal es un hecho, un hito de la chacarera, de la música popular, de la cultura argentina.

Fuente La Voz del Interior

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