Maria Adela Agudo

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Foto: La Banda Diario

María Adela Agudo nació en Santiago del Estero el 13 de febrero de 1912 y falleció en Tucumán el 27 de enero de 1952.
Fue Maestra Normal Nacional y Profesora de Letras, en La Banda, donde vivió desde muy pequeña. Tuvo que abandonar esta profesión y su amada ciudad cuando, durante el gobierno peronista, se negó en sus clases de literatura a explicar la Constitución de 1949. Por tal motivo, fue traslada a Frías, donde se le asignó la materia Geografía Económica. Abandonó Santiago y se trasladó a Tucumán, donde dictó clases en el Instituto Juan Bautista Alberdi, dirigido por el escritor Ardiles Gray.
Según un gran amigo suyo, el poeta Nicandro Pereyra (quien facilitó la mayor parte del material de este homenaje), era una experta en Góngora y sus clases eran seguidas con fruición por sus alumnos.
Publicó sus poemas en diarios y revistas. Fue integrante del célebre grupo “La Carpa”, que nucleó a escritores del Noroeste argentino en la década del 40.
En La Banda dirigió la revista literaria Zizayan (que significa renacer, florecer, en quichua).
En diciembre de 1953, a un año de su muerte, sus amigos le realizaron un sendo homenaje en la revista Agón, dedicándole un cuaderno entero. Entre quienes hicieron posible ese libro podemos citar a Gerardo Baldesarre, Gustavo Cirigliano, José Digiglio Saad Chedid, Víctor Rebuffo y Nicandro Pereyra.

María Adela Agudo y su tiempo, por Raúl Aráoz Anzoátegui

Alrededor de María Adela Agudo se tejió como un clamoroso silencio, Primero su presencia fue emblemática para los que pertenecíamos al círculo de sus amistades y veíamos en ella lo más cercano a lo que deseábamos llegar, o sea adonde nunca se accede.
A poco de su muerte, recuerda en 1952 Nicandro Pereyra, “que en un atardecer de 1943 nos llegamos hasta una casa de pensión de la calle del Congreso, en Tucumán. El patrón, un señor Olivera, santiagueño y caja y vidala, nos puso en contacto con una alta mujer, atezada, de hermosos ojos nocturnos y rasgados, de cabellera que le llovía copiosamente sobre los hombros”.
Al publicarse la muestra poética de La Carpa, ella había hecho ya el camino que nosotros comenzábamos. Desde su taller, un emprendimiento en que tensó las cuerdas de su “guitarra absorta”, y en que había pasado sus etapas primigenias, alcanzó inusitada madurez. Había embrionado en ese ciclo algo que le venía de su fecunda tierra santiagueña; y otro tanto de eso se atisbaba a trasluz de sus limpias estrofas en las cuales se afianzaba obstinadamente.
Pero fue en sus últimos 9 poemas de extendida palabra, que integraron la recopilación de sus 32 composiciones recogidas por la revista Agón en edición extraordinaria (1953), donde María Adela Agudo despliega su tono mayor. Ya en La Carpa se incluyen de ese período definitivo, títulos como Pequeño poema, y A un joven. De este último alguien sostuvo -y con razón- que es su expresión “más lograda, la más representativa y la de mayor concentración poética”; en los supremos instantes hay estrofas como ésta: “Retorna a mi eternidad, a mi nudo con el cielo, /yo no soy como tú,/vuelve a mi soledad, donde estamos atraviadas de distancias/seductoras de tu última risa./ Porque yo no tengo aún hijos de sangre/ y tú eres para mí un hijo hermoso y el niño y el hombre,/para mí la niña, la madre viva”.
Transcurridos los años, muy pocas antologías en este país reclaman su nombre. Pero es difícil encontrar entre las mujeres que eran y son sus pares en este continente, voces más intensas y entrañables para nombrar la vida.
Puede asegurarse entonces, que su poesía sobrepujaba en aquel momento, y en nuestro medio, otros acentos que luego resonarían en ámbitos distintos y concitarían en sí mayor y merecida atención. Téngase presente, que entre algunos modelos a mencionar, Manuel J. Castilla o Raúl Galán, poetas del mismo grupo, estaban a la sazón templando aún sus mejores instrumentos. Castilla todavía no había escrito su “Copajira” (1949) ni su “Tierra de uno” (1851), piedras fundamentales dentro de los límites de su obra; y Galán insinuaba sus primeras versiones de “Se me ha perdido una niña” (1951) y sólo enseguida escribiría su “Carne de su tierra” (1952), punto culminante de su labor creadora.

…….A un joven

Han pasado siete años.
Tú eres rubio y con risa de plata,
con un extraño impulso de altura que me dejaba sola,
con un nombre hecho de presentimiento.
Ah nombre que me llenó de dicha.

Después partimos alborozados a la vida
henchidos de ignorancia, sin fatalidad,
con libros y frutas por ciudades en vigilia,
acompañados de ciegas, de alocadas criaturas tan desprevenidas como nosotros.

¿Tú viste acaso playas de asombro, sirenas fluviales, barcos?
¿Qué mujer te esperaba esfinge o graciosa, qué escultura?.
Yo ví las montañas, eran increíbles con jinetes y mujeres de silencio.

Corté penachos de agua en los manantiales,
lavé guijas para asir su rosada luz;
pero el perfil de las cimas me recordaba tu alejado corazón.
Qué breve es el bullicio
la sombra que llena el ditirambo.

Quién te esperaba como a tus versos locos
niño, exaltado adolescente, fugándose,
o tú, casi amor, sencillo, tonto, sin comprendernos.
Ah, qué bermejos luceros brillan en tus labios,
como están llenos de lumbre y de júbilo tus brazos.

Eran más tuyas las palmas, más te embelesaba la aurora.
Las preguntas cantaban mejor que los besos,
la marcha, la carrera, la música, la fraternidad.
Qué querían tus discursos y deportes
que no tenían nada del temblor de la tertulia,
de las tiernas pestañas olvidadas.
No obstante, tu corazón qué espléndido con rumor de ceibo, con claveles de candor.
Yo lo oigo palpitar en la empresa entre plazas y caminos
aún en el renacer cuando se da sin miedo palabra y juventud,
cuando se ama la rara muerte.
Arrojar la saeta a un pájaro y no matarlo premeditadamente,
chapotear el agua con caprichos y reflejos,
pies desnudos de piedra que se detiene.

Por qué tener unos años más que tú
para qué tanta mujer que me dejaba solitaria
con el niño eterno que jugaba en ti
¡joven goloso, de guindas, de asombro, de infinito
nada más, ah, me duele tanto!.

Para qué ser coqueta, porqué la apostura de mis tobillos.
Ay, desconocido y sin embargo Dios te destinaba para nosotras
o en tu nombre había un temblor inmenso,
un arresto de semidiós, adivinaciones de titán
y algo más, cerca de un imposible, de un acaso revelable,
ilusiones de ruiseñor, fantásticas escalas de porvenir.
Te sentías sufrido, fabuloso con los héroes, plantado en los
vergeles del mundo, en las llanuras del espacio,
en una ausencia inefable porque las lianas no llegaban a tus
ojos de recato celeste;
eran las maravillas como lianas edénicas que aún no llegaban lo alto del cedro.

Retorna a mi eternidad, a mi nudo con el cielo,
yo no soy como tú,
vuelve a mi soledad donde estamos ataviadas de distancias
seductoras de tu última risa.
Porque yo no tengo aún hijos de sangre
y tú eres para mí un hijo hermoso y el niño y el hombre,
para mí la niña, la madre viva.

Hoy vuelvo a verte rubio como los girasoles
brillando!, tenue y rudo.
Ya no te recuerdo, creo que no has crecido
que eres sólo un efebo sin tiempo.
Mira pasar las mujeres que se transforman,
habla con las vírgenes que atisban el hogar de las rosas,
no oyes venir la memoria, no amas aún la muerte.

Una vez levantaste una muchacha a través del riacho,
otra, te ocultaste en un risco
y luego vimos la sorprendente adolescencia
que quise desnudar tu torso para admirar tus músculos
donde aromas y trinos hubiesen resbalado.

Qué arrogante la ascensión de tus promesas,
qué deleitoso el tránsito de tus sueños.
Ya te siento llegar hasta el pie de los ángeles
con ojeras, como la sombra del sicomoro,
con heridas antorchas.

…..Pequeño poema

De niña yo miraba pasar los juncos y los bellos silbos varoniles.
Era una guirnalda serena y dormida.
Oh mis quince años, entonces no sabía que debía mirar largamente
los manzanares y las gargantillas de clavel;
que yo tenía brillos y mis hoyuelos risa ajena.
Entonces tú corrías en un espacio familiar y sin espera.
Por qué no admirarte en ese justo nombre, lleno de olor inmenso.
Soñar tus ojos donde el azabache su vuelve traslúcido.
Por eso no eres tú, porque no te llamaba, amante;
porque no te invocaba como a un bello vocablo que nos pertenece.
Debí detenerte con la primicia de julio,
apresurarte quizás, con un vertiginoso pandero lleno de sonrisas,
porque ya existías, como todo lo límpido,
y arrojabas tu juventud hacia mi vida.

Si no, no te vería hoy partir sin palabras.
Yo, que todo lo enloquezco, no poseo tus párpados efímeros
ni la ebriedad de todos los joyeles del sueño.
Me adormezco entre el frenesí de las guitarras
pero algo en mí sigue despierto.
En tanto conozco por única vez la primavera,
los retoños que no se abren en fiesta
y la pajarera que se marchita.

…..Inti Yacu *

Inti Yacu: Aguas del Sol. Linfas sagradas.
Las tinajas del mito las lloran con vehemencia
en un brotar perenne de lágrimas aladas
que vierten en el día su ritmo y transparencia.

¿Qué llamar se desata?
¿Qué fuente opresa canta su libre advenimiento
a la gloria solar de la tierra alumbrada?

Alguna estrella hundida les da sin duda aliento
con su fuego de plata;
o es la leyenda misma que con mano dorada
llena de surtidores la arena enfabulada.

El Sol, arquero invicto de los llanos,
que dibuja con fuego sus rumbos soberanos
y que labra con luces sus flechas y plumajes,
aquí bañó su cuerpo con oro de tatuajes;
aquí dió cobre el pecho,
y a los miembros y manos sus bronces y ardimientos
para vencer al río que era un puma en acecho
y disputar carreras al jaguar de los vientos.

Inti Yacu: agua en pujante sino
que es el sino del Sol. El Sol es su destino,
do todo surgimiento en su luz se libera
con un suelto flameo de astro o bandera

* (Inti-Yacu, llamaban los indios a las fuentes termales de Río Hondo)

Fuente: http://elalakranliterario.blogspot.com/

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