«Rezar y ser»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (9,32-38)

En aquel tiempo, le presentaron a Jesús a un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: «Jamás se vio nada igual en Israel». Pero los fariseos decían: «El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios».

Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.

Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los
trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para
la cosecha.

Palabra del Señor

Comentario

Jesús ya había enseñado en la montaña (Mt 5–7) y terminaba de obrar los milagros (Mt 8–9). Con palabras y obras, mostraba el rostro cercano y misericordioso del Padre.

Ahora, podemos contemplar a Jesús, de pie en alguna pequeña altura, mirando cómo miles de personas se acercaban a Él para encontrar el consuelo, la salud, la paz y la salvación.

De repente, en su Corazón, se siente conmovido y lleno de amor y solicitud: “aquí hay ovejas que no tienen pastor”.

Algo parecido narra el Evangelio de Juan. La samaritana había creído en Jesús como Mesías y había ido a contar todo lo sucedido a los vecinos. Y Jesús les dijo a sus discípulos mientras la multitud se acercaba: “Alcen sus ojos y vean los campos, que ya están listos para la cosecha” (Jn 4,35).

Dos actitudes muy importantes tenemos que rescatar: agradecimiento y compasión. Agradecimiento en primer lugar, porque Jesús no sólo amó a esa muchedumbre abandonada, sino que mucho antes había inclinado su Cielo para descender y habitar con todos los hombres de todos los tiempos, pasados, presentes y futuros. Nosotros estábamos en su corazón desde el primer momento, y fuimos destinatarios de su misericordia.

Al agradecimiento le sigue la compasión: mirar con el Corazón de Jesús a quienes todavía no han escuchado el Evangelio o eligen ignorarlo, a quienes no quieren tener nada que ver con Dios, a quienes lo buscan pero no lo encuentran, a quienes les cuesta superar dificultades y problemas de su vida. Nosotros, laicos, seminaristas, sacerdotes, consagrados… todos estamos llamados no sólo a rogar para que haya trabajadores del Reino, sino también a ser esos obreros que alcen sus ojos con amor, para sembrar y cosechar, para descansar junto al Dueño del campo.

A veces, la tarea será pequeña y sencilla; otras veces, será grande y desafiante. Pero el amor y la fortaleza de Dios nos acompañará en todo momento.

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