Los jugadores de la Selección no creen en Sampaoli

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La utilización del nombre en lugar del apellido es significativo. Nunca fue lo mismo decir el Flaco, Carlos, Daniel, Coco, Marcelo, José, Alejandro , Tata o Edgardo que decir Menotti, Bilardo, Passarella, Basile, Bielsa, Pekerman, Sabella, Martino o Bauza.

Generalmente cuando los dirigidos – en declaraciones públicas- refieren el apellido de su director técnico es porque se sienten lejanos.

Peor aún resulta cuando en tales circunstancias no lo llaman ni por el nombre ni por el apellido sino por el cargo, «el director técnico». Esto tiene otro sentido: no es ni lejos, ni cerca, carece de pertenencia, está en la otra vereda, no forma parte del grupo.

Tras la derrota contra Nigeria, partido en el cual la Selección ganaba 2 a 0 y perdió por 4-2 al recibió tres goles en algo menos de media hora, Javier Mascherano, aún bajo emoción, realizó unas declaraciones en el campo de juego.

«Las distracciones se pagan, no es cuestión de si jugábamos con defensa de 3 o de 4, sino de falta de intensidad», dijo después del encuentro.

Argentina se dejó remontar un partido que hasta prácticamente el descanso ganaban por 2-0, «en el segundo tiempo no estuvimos intensos y nos pasaron por encima».

.-¿Y esto tiene solución, los problemas defensivos?, preguntó acertadamente el reportero de campo, Martín Arévalo. La respuesta de Mascherano entonces fue todo un símbolo: «Ese es un problema del técnico».

Si es un problema del técnico no es un problema de los jugadores, podría interpretarse. Y si así fuera según ésta interpretación no resultaría arriesgado agregar «nosotros pensamos de manera diferente pero cumplimos con aquello que nos piden».

Si esto fuera aproximadamente así estamos en problemas. Y es que los jugadores, los actores principales del próximo evento que será el Campeonato Mundial en Rusia, tienen una idea diferente de quien los dirige.

Por cierto que no será la primera vez que esto ocurra. Tampoco la última. Toda actividad humanística grupal, y mucho más si es deportiva, puede tener más de una mirada. El tema es cómo consensuar lo que indica el líder y aquello otro que les gustaría a los jugadores. Y éstas no son opiniones teóricas. Se trata de actores con enorme experiencia, por lo general grandes ganadores de Ligas, Champions League, UEFA o de las últimas Copas Ámerica y del Mundo de las cuales fueron brillantes finalistas, un logro de extraordinario valor.

El arte del conductor es saber escuchar a su grupo, poder explicar sus objetivos y saber persuadir sobre posibles desacuerdos. Los jugadores y cualquier subordinado serán más eficientes y aumentará su convicción si quien los lidera logra demostrar fehacientemente la conveniencia de sus ideas. De no lograrlo, podrá entonces tomar las decisiones que crea conveniente.

Menotti nunca dejó de escuchar, entre otros, a Passarella, Bilardo a Maradona, Basile a Redondo o Riquelme (según las etapas en que le tocó dirigir), Pekerman a Cambiasso, Sabella, Martino y Bauza a Messi y Mascherano –sólo por mencionar a los principales referentes – y no hay testimonios sobre incidencias u opiniones muy opuestas durante la época de Bielsa, quien siempre admitía cualquier debate abierto y general.

Las generaciones actuales tienen otro compartimento respecto de las de los 90′, extendida hasta el Mundial de Corea y Japón en el 2002. Va en coincidencia con la evolución de la cultura. Al igual que con los hijos, los alumnos o los discípulos, hay que explicar y argumentar sólidamente los cómo y los porqué de cada requerimiento.

Para Guillermo Stábile resultaba infalible convocar a la defensa de Boca y a la delantera de Independiente para conformar una Selección Nacional sin entrenamientos conjuntos que habría de encontrarse en algún puerto o incipiente aeropuerto para viajar al exterior a disputar un Campeonato Sudamericano, una Copa Julio Roca (contra Brasil), una Chevallier Boutell (frente a Paraguay) o una Río de la Plata (ante Uruguay). Era lo que había hasta el 6-1 de Checoslovaquia en el Mundial de Suecia en 1958. El enorme Angelito Labruna –probablemente el más grande símbolo y entrenador histórico de River- con 40 años les decía a sus compañeros mientras iban del vestuario al campo de juego: «Hoy les vamos a hacer ver las ratitas a éstos, toquemos, toquemos, hagamos dos cortas y una larga…».

Jugaron los mejores: Carrizo; Dellacha y Vairo; Lombardo, Pipo Rossi y Varacka; Corbatta, Prado, Menéndez, Alfredo Rojas y Labruna. Y entre otros grandes en el banco habían quedado Musimessi , Mouriño y Sanfilippo. El fútbol y la afición argentina ignoraban todo cuanto ocurría en la Europa de posguerra. Y no teníamos a un fenómeno como Pelé, que deslumbró en ese y en otros mundiales hasta el 70′ en México.

En aquellos tiempos el fútbol se discutía en los cafés, en los colegios, en las fábricas, en las universidades y en las canchas. No en los vestuarios. Y menos en la Selección. Se trataba de elegir al mejor de cada puesto, convocarlos e ir a jugar. Así vivimos hasta el 74′. Fue César Luis Menotti, tras la nueva frustración en Alemania quien con la presidencia de David Bracutto y una AFA encolumnada le dieron trato prioritario a la Selección Nacional. Y asi lo fue desde entonces.

Desde entonces y hasta hace unos meses, el director técnico de la Selección Nacional resultaba ser alguien con gran trayectoria como jugador y valorados éxitos como entrenador, alguien indiscutido, respetado y emocionalmente involucrado a favor de su momento triunfal. Hubo unas dos excepciones a lo largo de la historia: Carlos Bianchi, quien le confesó a Pedro Pompilio – ex presidente de Boca Juniors, lamentablemente fallecido- que «mientras Julio Grondona fuera el presidente de la AFA prefería no ser el técnico de la Selección Nacional» y últimamente Diego Simeone por razones nunca oficialmente declaradas. Dicen quienes están cerca del exitoso conductor del Atlético de Madrid que le resultaría difícil la convivencia sin disolver grupos de amigos fuertemente impregnados. No obstante en la AFA siempre se supo que Simeone estaría listo para «comenzar un proceso y no para unirse al mismo». O sea tomar la responsabilidad después de un Mundial, que le aseguren cuatro años de trabajo personal y amplias facultades para la toma de decisiones.

Hoy nuestro plantel afronta varios problemas. El más importante es la poca credibilidad sobre las ideas técnicas y tácticas del entrenador hacia sus dirigidos. No le cierra a la mayoría de los integrantes del plantel tanta gente del cuerpo técnico llevando a cabo diferentes tareas, todas muy sofisticadas, «complejas», de difícil explicación pero que en función de tales invaden el espacio de ellos, el que siempre fue razonablemente íntimo y confiable. Ya le hicieron saber a Jorge Sampaoli que debía limitar a su principal ayudante Sebastián Beccacecepara que se abstenga a salir del banco gesticulando y dándoles indicaciones durante los partidos. Probablemente también que los marcadores laterales pueden atacar pero que los extremos no debieran defender en su propio campo. Que la última línea debiera estar compuesta por cuatro y no por tres jugadores, como acaba de verse ante Nigeria. Por otra parte, la mayoría de los jugadores le niegan a Beccacece identidad para exhibirse como un director técnico alterno. Ellos preferirían que sea otro técnico quien asista a Sampaoli y hasta mencionaron a Pablo Aimar, por quien sienten enorme afecto y respeto.

Sampaoli debiera prestar atención a estas cuestiones. Gerardo Martino abandonó a la Selección por un problema entre su Preparador Físico, Elvio Paolorosso y los jugadores. Fue durante la disputa de la última Copa América Centenario disputada en los Estados Unidos. La distancia generacional disparó algunas rispideces entre el profesor y los jugadores, básicamente por las formas de trabajo, el trato y las decisiones sin consultar. Al regresar al país Martino no podía cesantear a su entrañable amigo Paolorosso, pero tampoco podía imponerle su continuidad al grupo y prefirió renunciar. Hoy en el Atlanta United, donde se halla trabajando, su preparador físico es Manuel Alfano…

Faltan siete meses para que se inaugure el Mundial de Rusia 2018. Será, según como nos vaya en el sorteo a realizarse el 1 de Diciembre en el Kremlin de Moscú, uno de los más difíciles mundiales de la historia, pues la fase clasificatoria podría tener a rivales como España e Inglaterra (se admitirán hasta dos europeos por grupo) o uno de ellos y Suecia o Suiza más algún incómodo del Bombo 4 como Nigeria, Japón o Corea del Sur. Equipos que van de más a menos y resultan más difíciles en los primeros encuentros que aquellos otros que crecen en el sentido opuesto y van de menos a más y que por lo general se trata de los que arriban a Cuartos de Final. Una clasificación ríspida deja jugadores lesionados o sancionados. Y claramente estaremos de cara a una zona clasificatoria difícil, muy difícil…

Hemos visto una preocupante diferencia de potencia física entre nuestros jugadores y los de Nigeria. Más grave aún, estamos advirtiendo a un Messi saturado, sin demasiados estímulos, cansado y hasta víctima de la «antropofagia» cotidiana que termina resultando devastadora aún para el mejor jugador del Mundo. Una joya de ésta magnitud debiera recibir de su selección, única razón de la gloria ausente, sólo buenas noticias. Una lista de 30 ya perfilada, una programación de amistosos cerrada y el debido descanso previo al Mundial acordado. También debiera estar acordado el organigrama de trabajo y sus escenarios, más intimidad en la concentración y el vestuario, menos caras nuevas «a prueba» y sin futuro, más participación en las futuras decisiones y llevar a cabo todos los esfuerzos posibles para recuperar una mística perdida.

Faltan siete meses. No es mucho. No es poco.

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