«Tus pecados son perdonados»

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POR FACUNDO GALLEGO, ESPECIAL PARA LA BANDA DIARIO

Jueves XIII del Tiempo Ordinario

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (9,1-8)

Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados».

Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema».

Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados te son perdonados», o «Levántate y camina»? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».

El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.

Palabra del Señor 

Comentario

La sanación que obra Jesús es ofrecida a la libertad y a la fe de todos nosotros: no es una imposición. Él no quiere discípulos obligados, sino que abracen la curación con un espíritu libre y decidido. Así, la sanación no solamente nos libra de nuestras lepras, fiebres, convalecencias espirituales; no solamente aleja al demonio de nuestro corazón; sino que nos hace libres para el servicio de los demás.

La fe en este Médico de las almas movió a los amigos de un hombre paralítico a no pedir nada para ellos: simplemente lo presentaron ante Jesús. Los cristianos, que vamos ya en el camino (a veces firme, a veces tambaleante) de seguimiento de Jesús, estamos llamados a vivir también este servicio de orar y llevar a Jesús a nuestros hermanos más relegados. A todos nos aqueja alguna “parálisis” espiritual, que no nos deja avanzar por el camino de la fe. Pero, como dice san Pablo a los romanos: “Hemos sido llamados a ser fortaleza de los débiles” (Rm 15,1).

El mayor bien que tenemos que pedir a Jesús es el perdón de los pecados. Por supuesto que para nosotros, pero no olvidemos a los demás. Todos somos pecadores, pero Jesús nos libera con su gracia, con el poder de su Resurrección.

Y, también como un don para todos nosotros, tenemos que valorar mucho el sacramento de la reconciliación. Confesarse puede ser un acto bastante incómodo (y en estos tiempos de cuarentena, necesario pero también imposible), pero quien confiesa sus pecados ante Jesús, presente en el sacerdote, recibe indudablemente el perdón y la paz. Demos gracias a Dios por haber consagrado a los sacerdotes y haberles otorgado el poder de curar nuestras almas mediante el perdón de nuestros pecados, de manera que podamos vivir lo que dice el Evangelio de hoy: “la gente alabó a Dios, porque había dado semejante poder a los hombres”.

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