Nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede

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Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO

Sábado III de Pascua

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (6,60-69)

Después de oír a Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?».

Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».

Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».

Palabra del Señor

Introducción

Hermanos y hermanas, hoy llegamos al final de este camino de catequesis sobre el Pan de Vida. Hemos dejado que el evangelista San Juan nos fuera iluminando la fe con todo el capítulo sexto de su Evangelio.

Jesús, se nos ha presentado como en Pan de Vida, pan de sabiduría que se nos da en la Sagrada Escritura y pan de eternidad que se nos da en la Sagrada Eucaristía. En la Misa, la Iglesia no se cansa de repartir este pan en las mesas de la Palabra y del Altar.

“Quédate con nosotros”

En el capítulo 24 del Evangelio de Lucas, tenemos un hermoso fragmento que hemos denominado “los discípulos de Emaús”. En él se narra cómo dos seguidores de Jesús vuelven a su pueblo, cabizbajos y decepcionados porque todo les parecía un fracaso. Sin embargo, Jesús los acompaña en el camino, les explica las Escrituras y les hace arder el corazón. Es más, al llegar a Emaús, Jesús hace ademán de seguir adelante; pero los discípulos le dicen: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24,29).

Estos discípulos, aún sin haber descubierto que era el Señor quien caminaba a su lado, lo invitan a quedarse para compartir la cena y pasar la noche en su casa. Y solamente lo reconocen cuando, estando a la mesa, Jesús parte el pan. “En ese instante se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc 24,31).

Cuando celebramos la Misa, estamos invitados a reconocer a Jesús presente en medio de su pueblo, hablándonos al corazón en la Liturgia de la Palabra y alimentando nuestra vida en la Liturgia Eucarística. Él se queda con nosotros, se entrega por nosotros, se hace uno con su Iglesia.

“¿A quién iremos?”

Esta certeza de fe es la que mueve a la Iglesia a recomendar vivamente la prolongación del tiempo eucarístico, y nos ofrece la posibilidad de aprovechar más y mejor la presencia de Jesús en el Sacramento del Altar. Por eso, las adoraciones eucarísticas son verdaderas horas santas: estamos frente al Señor, expuesto en una custodia.

Adorar es poner en el centro de la vida a Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre. Él no solamente es nuestro compañero de camino, sino que también es nuestro norte. La adoración es el momento en el que cada uno de nosotros pueda responder la pregunta más profunda de toda nuestra existencia: ¿a quién iremos?

Participar de la adoración eucarística es un momento privilegiado, en donde dos corazones se encuentran: el nuestro, tan necesitado y hambriento de sentido y paz; y el Sagrado Corazón de Jesús, que late de amor por nosotros. Por eso, nos hace mucho bien asistir a las adoraciones eucarísticas, es el momento en el que el Señor está allí para escucharnos atentamente, y para regalarnos ese momento de cercanía y amistad con Él. Hoy es difícil asistir a las parroquias y capillas, pero muchas iglesias transmiten desde su Facebook o Instagram la adoración eucarística cotidiana. La tecnología nos ayuda a todos a poder encontrarnos, aunque sea virtualmente, con el Señor Sacramentado.

Por último, la Iglesia ha recomendado desde siempre la visita al Sagrario. No es una adoración propiamente dicha, pero es ir y visitar a Jesús “en su casa”, donde se reserva la Eucaristía para poder llevarla a los enfermos y moribundos, y para futuras Misas. San Josemaría Escrivá decía: “cada vez que vayas al Sagrario, recuerda que Él te espera allí hace veinte siglos”.

Despedida

Este camino de catequesis ha finalizado, al menos por ahora. Recemos para que el Señor nos conceda pronto la gracia de poder retornar a nuestros templos, capillas, parroquias, seminarios, institutos de formación; y que podamos recibirlo sacramentalmente. ¡Que Dios los bendiga a todos!

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